Pese a las innumerables discusiones de barra de bar acerca de los mayores o menores calores de este verano en relación a otros años, una diatriba permanente entre los que dicen que sí y los que dice que no, y que ninguno, ni aquellos ni los otros se bajan del burro cuando se esgrimen los datos de la Agencia Estatal de Meteorología o los que ofrecía este mismo digital, donde podíamos leer el pasado 5 de septiembre:
“El municipio de Marbella ha vivido el segundo mes de agosto más caluroso desde hace más de 40 años. La temperatura media fue de 27,2 grados, quedándose muy cerca del récord en esta época del año que data de 2003. Se han llegado a alcanzar los 37 grados. No llueve desde hace más de 70 días, aunque el pantano roza el 50% de su capacidad”.
Dicho lo cual y salvando este escollo de barra de bar, hay que admitir que el otoño ya está aquí. Conozco ya dos o tres casas en las que no se acciona el ventilador por las noches, a un adolescente que se ha comenzado a cubrir el cuerpo con una sábana fina por la madrugada, e incluso a una madre de familia que se mete una rebequita en el bolso si sale a cenar boquerones al limón en Los Cañizos.
Esta es la realidad. Han comenzado a descender con lentitud y ligeramente las temperaturas y algunas nubes coronan Sierra Blanca esperando dejar caer el maná más preciado que contienen sus panzas grises, esa ansiada lluvia que despierte el petricor, dé de beber a los pantanos y barra la canícula con sus cortinas de agua.
Esto que escribo parece más deseo que realidad cuando a las 19:45 horas de la tarde-noche aún continúo sudando como consecuencia de la ducha que me di a las 6:35 de la mañana.
Sirva por tanto este artículo de conjuro definitivo, de artificio mágico para que le otoño llegue ya de una vez por todas y podamos comenzar a tomar un café calentito para entonar el cuerpo por las mañanas.