De la poesía

En estos días Marbella anda sumergida en un mar de libros y de poemas. Un mar glorioso de palabras que se enredan y cabalgan procelosas aguas para dar forma literaria a emociones, sentimientos, sensaciones, acciones que no podrían tener cabida de otra forma en el mundo real, solo armarse, crearse, generarse a través de la poesía. 

Una arquitectura tan sutil y tan violenta, la de la poesía, que a sus lectores nos quebranta tanta veces el alma y, más allá, la realidad.

Escuchaba estos días que la poesía nos salva, que la poesía es la célula madre de la literatura, que toda literatura ha de tener una pulsión poética para ser eso, literatura. Y en estas afirmaciones no encuentro más que un poso de verdad, al menos para mí, que aspiro a salvarme no solo leyendo poemas, sino gestándolos en el hueco interior de mi corazón, de mi vida, del mismo modo que intento buscar ese aliento poético en cada libro que leo y me colma cierto espíritu semejante a la felicidad cuando lo siento.

El hálito de la poesía no entiende de intelectualidad ni de competencias curriculares, porque los poemas van directos a dinamitar nuestro mundo y para eso solo es necesario gozar de cierta mirada, de cierta sensibilidad por lo que nos rodea.

No vale desechar su lectura con el argumento de no entender, no, no es disculpa, porque hay tantas voces de tantos y tantas poetas como personas y es reparador y vital encontrar entre todos ellos y ellas esa voz que cante por ti, que recite por ti, que adecúe sus sentimientos a los tuyos. Porque la poesía en última instancia va de eso, va de sentimientos, va de emocionarte, de corromperte los tuétanos para darte una visión del mundo hasta ahora insospechada.

Me siento afortunado de haberla encontrado desde joven, la vida que me rodea adquiere otra dimensión, otras texturas y colores, a través del lenguaje poético, y lo que era un paisaje adquiere en la poesía otra dimensión, y lo que era un sentimiento muta poéticamente en otra arista de la vida. Me siento afortunado, sí.

Por eso, nunca cejaré de proclamar que hay que acercarse a la lectura poética sin prejuicios, dejando a un lado los clichés y los lugares comunes, leerla a calzón quitado, a cuerpo gentil, sin pensar demasiado en ello, solo dejándose guiar por sus palabras a dónde nos quiera llevar.