Se fustiga esta ciudad con sus pecados veniales una y otra vez, ofreciendo un via crucis tortuoso que tiene en la corrupción y sus adláteres su particular corona de espinas. Un sufrimiento cívico y ético al que parecen echar vinagre en las heridas con cada caso destapado, con cada investigación abierta, con cada noticia airada en los medios.
Este miércoles de pasión, la alcaldesa se ve obligada a comparecer en un pleno extraordinario y urgente impuesto por la oposición, su particular via crucis, que desafortunadamente es el de toda la ciudadanía, donde se le exigirá transparencia frente a la opacidad y luz frente al oscurantismo, en un ejercicio de sana democracia que debería venir de serie, pero al que a algunos gobiernos parece que la ciudadanía debe empujar.
Y se convoca este pleno, siempre urgente y siempre extraordinario, un miércoles santo, con la imagen aún de la pregonera de mantilla negra en nuestras retinas, fecha señalada que como se apuntaba desde la confluencias de izquierdas “se ha convocado en plena Semana Santa para intentar tapar con el manto de las vírgenes de las procesiones la repercusión de sus escándalos”.
Desde el año 1991 Marbella se ve envuelta en esta letanía de corrupciones que el gilismo llevó al paroxismo del esperpento y que el neogilismo ha refinado hasta lo quirúrgico, siempre apoyados en una mayoría social que o mira hacia otro lado porque se beneficia, o porque comulga con la doctrina o porque la socialización de la corrupción llega hasta el tuétano de una ciudad que debería aspirar a más, a mejor.
Es cierto que la letanía referida también ha llevado a otro sector social a la abulia, al descreimiento, al cansancio, a la decepción y que prefiere lamer sus heridas en el silencio del hogar antes de dar un paso al frente.
Es comprensible el hartazgo, pero hay que enfrentarse al determinismo, al destino que parece dictar que todo está ya escrito, e intentar que esta última lanzada en el costado no sea la lanzada definitiva contra una democracia que debe reverdecer, que debe imponerse ante una forma de entender la política que está muy lejos de esa fórmula que el exconcejal Miguel Díaz describía el sábado pasado en el encuentro “Transparencia, participación y blindaje anticorrupción” y que resumía así: Democracia = Participación (decisión) + Transparencia (control).
Pues eso, más allá de la luz de los cirios de este miércoles santo, luz y taquígrafos para iluminar esta democracia que debe mirar al futuro siempre con la esperanza de la resurrección.