De mitos y tostones

30/10/2019
Sorginak, belagileak, lamias y Mari, Basajaun, los gaueko, Ttartalo, Sugaar son algunos de los seres que pueblan la mitología vasca entre sueños y leyendas, tradiciones paganas que se hunden en las raíces del tiempo y que la historia ha mantenido vivas al amor de sus brasas, forman parte de un imaginario colectivo que va más allá de lo racional y que se confunde entre las nieblas de lo real y lo imaginado, fundiéndose en un abrazo íntimo y particular.  

Lo umbrío de los bosques, las arboledas profundas, el sirimiri permanente, las nieblas que llevan y traen, la oscuridad y la orografía se encuentran en la génesis, en el origen de la creación de toda esta mitología, rica en simbolismo en figuración, que nos acompaña desde allende los tiempos hasta hoy. La llegada tardía del cristianismo a las Vascongadas, a Euskadi, también jugó un papel fundamental en la permanencia de todo este panteón de seres mágicos.

En Málaga, la llegada del 1 de noviembre, también trae consigo una festividad de tradiciones paganas, que tiene ecos celtas en su transición esa noche precisa entre el 31 de octubre que se va y el nuevo mes de noviembre que llega. Una noche en la que el mundo de los vivos y de los seres mágicos, buenos y malos, se desdibuja un tanto y ambos pueden llegar a encontrarse en ese difuso momento donde nada y todo son lo mismo y lo contrario.

Los amuletos resultan imprescindibles para defenderse del contacto de los seres feéricos y sus posibles consecuencias, por eso en Euskadi, se colocan en las puertas de las casas flores de cardo, que pretende engañar gracias a su forma a los seres nocturnos, de ahí su nombre en euskera y su traducción en castellano, eguzkilore, la flor del sol, porque tal cual se asemeja a un astro rey con sus rayos. En Málaga, como en otras culturas, la santidad, las cualidades mágicas y protectoras del castaño son bibliográficamente contrastadas, y quizá ahí, precisamente, en esa protección se encuentre la raíz de la fiesta del tostón, donde se asan y consumen castañas, como amuleto, como símbolo, como protección.

Por eso, cuando llega el momento de festejar Halloween, lo hago con alborozo y gratificación, sabiendo que mucho antes, antes del tiempo, nuestros antepasados tuvieron que lidiar con lo extraordinario y con el miedo, con las cualidades mágicas de la naturaleza, con la búsqueda de su protección y con amuletos para enfrentarse a lo desconocido, al temor, y hacerlo en torno al sol de una hoguera con la que ahuyentar a los malos espíritus y atraer solo a los buenos.

En nuestra puerta colocamos una corona de espinas y flores de otoño, y pronto un eguzkilore que nos proteja de la noche y de sus vasallos mientras asamos castañas con alborozo, esperando que la oscuridad termine para iniciar un nuevo día.
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