Reposo mi mirada en ti,
como un pájaro marchito,
y hiere tu luz, daga de miel y risa como canto.
Aún aterido de frío septentrional,
las pestañas escarchadas, el temor en los huesos que tiemblan,
para decirte que te quiero,
que la patria saturada de melancolía
se halla solo en tu abrazo, guarida.
Que los himnos que desbordan son
los tuyos,
las banderas que se inflaman,
tus pestañas,
y no hay más discurso heroico que el de tu susurro.
Tú. Susurro.
Ya no entiendo mis patrias sin ti,
porque tú eres la mía, siempre,
en la melancolía y en los trazos del pasado,
mi patria presente y el fulgor del futuro.
Como un atardecer cálido. Cálido. Cálido.
Tantas patrias inabarcables como querencias y allí lleguen mis obligaciones y deberes al amor y a lo abarcable por mis abrazos, porque la única patria es esa, la del amor. Y tanta sangre vertida como tantas patrias. Y tanto gesto exhibido pensando que la patria es solo una, a veces grande y en ocasiones libre, con ese mohín infausto que todo lo demás elimina, creyendo que solo lo propio es lo único defendible. Vengo de una tierra donde se ha matado por eso, donde nos han matado a todos un poco con por eso. Por una patria que más tiene que ver con el odio al otro que con el amor por el prójimo. MI patria es tu atardecer, cálido, cálido, cálido.
*Poema titulado “número 21” del libro por publicar “El Otro Camino”