De subvenciones

09/05/2018
Es imposible negar el trabajo esencial que realizan las asociaciones, llegan allí donde la administración no llega, tienen un conocimiento más íntimo y más profundo del mundo, el espacio, de su ámbito de trabajo. Conocen cara a cara, tú a tú, a las personas que recurren a sus servicios, ponen en marcha iniciativas para visibilizar, colocar en el mapa un problema, una ausencia, un caso, un fragmento de sociedad. 

Hay que elogiar siempre la disposición de las personas que las integran, que sacan adelante proyectos impensables con recursos tantas veces escasos e insuficientes, y siempre apelando a la voluntad de sus socios y socias, a un trabajo casi siempre voluntario y que les lleva tiempo de sus propias vidas para entregarlo a los demás.

Por eso, resulta oneroso y triste, pervertir esta esencia con modelos de subvención que favorecen el clientelismo y anulan mayoritariamente el empoderamiento ciudadano.

Existen dos modelos de concesión de subvenciones desde la administración pública con una esencia muy diferente tras ellos. El primero, la concurrencia, en la que las asociaciones presentan un proyecto que luego deben justificar, proyecto que se valida a través de técnicos municipales y en base al mismo se concede una asignación determinada. El segundo, el modelo nominal, donde la subvención se concede a dedo. Esta segunda opción se justifica cuando la asociación que recibe este montante se sitúa en un carácter excepcional, ya sea por la suma necesaria, por el perfil, etc. Carácter excepcional.

Y aquí, en la asunción de uno de estos dos modelos de concesión de subvenciones, se plantea una cuestión trascendental que tiene que ver, como apuntaba antes con el empoderamiento ciudadano y el clientelismo y la desactivación del tejido social.

Cuando exiges a una asociación que presente un proyecto, que lo idee, que lo redacte, que lo ponga en marcha, empoderas a sus socios y socias, como administración les das el poder para decidir, para organizarse, para fortalecer sus estructuras, desactivas el pesebre como modo de funcionamiento para otorgar a las asociaciones un peso social que se merecen por la labor que desempeñan.

Sin embargo, cuando la administración decide conceder a dedo una cantidad determinada de dinero en forma de subvención, compras la voluntad última de la misma, que será incapaz de alzar la voz contra la mano que le da de comer porque el amo puede, arbitrariamente, decidir que el año que viene no te la concede, y tus usuarios y usuarias pueden quedarse sin atención. Se crea así una red clientelar, tupida, que desactiva de manera automática la fortaleza crítica del tejido asociativo.

Dos modelos que responden a dos maneras de entender la posición de la ciudadanía en la sociedad, el papel que nosotros jugamos (o nos permiten jugar) en este entramado de opiniones, ideas, acciones y pareceres en relación a la administración pública, a los poderes municipales en este caso.

Porque al final todo se reduce a saber si tú quieres ser ciudadanía o quieres ser cliente de tu administración más próxima.
 
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