“Del periodismo también se sale”, esta es una frase recurrente y un tanto cínica entre las personas que nos dedicamos a la profesión. Como si el periodismo fuera una adicción insuperable o una maldición insoslayable
Y es cierto que tiene algo de ambas. Un tanto de adicción, que nos subyuga y obliga a permanecer enganchados a la adrenalina, al conocimiento, a la inmediatez, de la actualidad. Y un tanto de maldición porque pareciera que los profesionales no supiéramos, pudiéramos, quisiéramos, dedicarnos a otra cosa.
Por eso, cuando alguien abandona o lo deja para dedicarse a otros menesteres probablemente más saludables, en muchas ocasiones entonamos ese “del periodismo también se sale”.
En múltiples ocasiones a lo largo de mi carrera profesional, que casi comenzó al tiempo que mis estudios en 1992, he sentido la pulsión de dejarlo, de abandonarme a las contradicciones que se suscitan en mi espíritu ante las injusticias, casi vejaciones, a las que nos somete la profesión en tantas ocasiones. Los sueldos paupérrimos, los horarios imposibles, las condiciones laborales más que degradadas, el intrusismo permanente. Esta es la tónica habitual. El panorama estructural, agravado en este siglo XXI por el entorno social y económico coyuntural.
Pero.
¿Y la necesidad de contar lo que nadie quiere contar? ¿De fortalecer las democracias como contrapesos al poder? ¿De enfrentarse a los poderes económicos para relatar los hechos? Y más allá de esas grandes preguntas… ¿Visibilizar el trabajo de una asociación? ¿Poner el foco en la protesta escueta de una familia? ¿Atender las necesidades de comunicación de una PYME o de un ayuntamiento pequeño? ¿Escuchar y dar voz a una movilización social? Los caminos del periodismo son inescrutables, pero siempre necesarios.
La comunicación, y con ella el periodismo, resulta imprescindible para vivir en sociedad, para mejorar las redes tejidas entre los vecinos y vecinas, para informar y dar conocimiento de lo relevante, para acercar a las gentes. Al final, a eso nos dedicamos la gran mayoría de profesionales.
Después de casi treinta años ejerciendo la profesión continúo sumido en las mismas contradicciones que cuando tenía 18 años. Han variado muy poco, pero creo que son esas mismas contradicciones las que me impelen a continuar, a intentar ser mejor profesional, más honesto conmigo mismo, a asumir los roles que ahora desempeño con más naturalidad, a preguntarme siempre el porqué de determinadas cosas, a comunicarme más, mejor, con mi entorno, a desarrollarme como persona a través del conocimiento que me propicia mi profesión.
“Del periodismo también se sale”, yo, por ahora, no.