La certidumbre de la muerte te enfrenta a la incertidumbre de la vida de manera inmediata, sin solución de continuidad. Aferro la mano de Daniela con la fortaleza de sus próximos 7 años y miro por última vez la piel curtida de Carmen Varas desde sus 84. Y ahí, en ese momento que parece un oxímoron donde el alfa y el omega se tocan, se gesta un equilibrio complejo, el de asumir lo otro sin lo uno y viceversa, la muerte con la vida, la vida con la muerte, la certidumbre de la fatalidad última y la incertidumbre del destino próximo.
Y aunque las religiones nos brindan su consuelo desde el momento en el que salimos de la caverna, indefectiblemente, el fallecimiento de un ser querido nos sitúa ante el propio espejo, donde valoramos quiénes somos o hemos sido, dónde está el grado de nuestra laxitud y hasta donde somos capaces de gritar carpe diem.
Vemos con esa mezcla exacta de alivio y tristeza cómo el silencio del que se va nos envuelve a cada uno de una manera diferente, como afrontamos la pérdida desde el llanto o desde la risa, desde el abrazo solidario o desde el gesto cómplice, desde la introspección o desde la extroversión, desde lo íntimo o desde lo público.
Cada fórmula, todas válidas en el alivio del dolor y la pérdida, nos describe también a cada uno, a cómo somos, por dónde respiramos, en qué lugares pulsan nuestras emociones, querencias. Y también a aquellos que por cortesía, protocolo o amistad nos muestran sus respetos y hacen propio tu dolor para conjurarlo, o para alimentarse de él, o para transformarlo en otras energías, o para asumir y contar que su mundo es peor y entrar en comparativas y ránquines, para aliviarte de cierto peso, para compartir desde la solidaridad y la emoción ese instante de tu vida. Tantos gestos y actitudes.
Y en los velatorios, que este sur de severas tradiciones fúnebres aún contempla el acompañamiento hasta sus últimas consecuencias, se muestra un amplio y preciso catálogo de estas querencias y procederes en los que subyace siempre una punta solidaria de buena intención.
Estos días, cuando Carmen Varas se iba apagando, me venían a la memoria otras luces, la de Daniel y Nieves, la de Antonio, la de Carlos y a todos ellos les sonreía desde mi memoria, y en el recuerdo aún el abrazo, el gesto de las personas que te acompañaron en aquellos momentos.
Aún tengo prietas las emociones dentro de mí, contenidas, pero sé que en las jornadas próximas se irán soltando, como los afluentes de un río que van a parar al mar.
Te echaré de menos, Carmen, tus hijas, tus nietos y nietas aún más.