El camping

06/10/2021
Un paso tras otro. Dejo atrás la calle Serenata y desciendo por la parte trasera del Campo de Fútbol para aterrizar a la altura de la playa de la Bajadilla, me interno por el barrio, cruzo por delante de las casetas de pescadores, me asomo a El Cable y conecto con la Senda Litoral a la altura de Banana Beach, a partir de ahí, todo es crujido de madera, salitre en el rostro, olor a mar y el sonido del roquerío contra la arena.

Desde mi yo interno más crítico entiendo que la senda litoral es una intrusión más sobre una costa que padece una presión urbanística imposible de absorber, disfruto en su paseo al atardecer o de madrugada, pero siempre me queda cierto regusto a culpabilidad. Más aún cuando cruzo por los clubes de playa abarrotados hasta la extenuación en verano y solitarios, abandonados, como una ballena varada en invierno, un esqueleto de opulencia y estío. Por eso me preocupan las máquinas de cata de profundidad que estos días he visto trabajar en las inmediaciones del antiguo camping Marbella o la excavadora que ha estado despejando el terreno frontal del mismo.

Alfonso Vázquez firmaba en La Opinión de Málaga, hace escasamente diez días, un excelente artículo en el que se recordaba la historia de este camping y comenzaba de esta manera: “No deja de ser un pequeño milagro que, después de tantas décadas de impetuosa construcción en la Costa de Sol y tras el paso del voraz Jesús Gil, en el término municipal de Marbella, no muy lejos de su casco urbano, todavía sobrevivan, en primera línea de playa, los restos de uno de los camping más antiguos de España, el Marbella 191 en la antigua carretera N-340”.

Solo espero que el pequeño milagro al que se refiere Alfonso Vázquez continúe siéndolo en el futuro próximo, porque como se indica en el mismo artículo “el actual PGOU de Marbella no reconoce su singularidad, pues la zona aparece calificada como urbana y los bungalós no cuentan con protección arquitectónica alguna”, y no se convierta en carne de club de playa más, este modelo fagotizador instalado en nuestra ciudad en los últimos tiempos y que ha vendido el alma de los chambaos y los chiringuitos tradicionales.

Mañana por la mañana, antes de que el sol despunte, o quizá por la tarde cuando el sol se acueste, caminaré de nuevo por allí y contemplaré las máquinas que como enormes insectos taladran el suelo, con el deseo íntimo de que bajo ese suelo solo encuentren mar y agua.
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