Podría transcribir letra por letra el artículo
“Dejarse anochecer en la Playa de La Bajadilla” que escribía por estas mismas fechas el año pasado, ese de rareza distópica y pandémica sobre el que sobrevolamos con prudencia, tímidos aún, con el temor recorriendo nuestros músculos como un animal silente. Casi con los mismos protagonistas, con la misma voz.
Y es que tiene septiembre en Marbella esa cualidad casi mística que prolonga el estío más allá de lo laboralmente razonable y nos permite a los marbellenses, marbelleros, marbellíes, agenciarnos para consumo propio un fragmento de verano más íntimo, quizá más puro, quizá también más auténtico, alejado de la masificación turística y que apela más a la sandía en el rebalaje que a los clubes de playa.
Así, cuando el sol se filtra más allá del Peñón de Gibraltar y la silueta de las sombras se alarga hasta un límite imposible, soy capaz de reconciliarme con una ciudad a la que admiro y respeto, pero con la que tantas veces batallo, y con una estación, el verano, que me sobrepasa por excesos de gentíos y hastíos y calores, y que colea en este septiembre mostrando su parte más tibia, más amable.
Por eso intento no perder la oportunidad de llegarme hasta nuestros arenales, preferiblemente La Bajadilla, a la que me permito acudir caminando y tener más próximo el sueño de vivir en una casa junto al mar, y prolongar la tarde, como se prolonga el verano, hasta que se transforma en noche y el cielo oscurece detrás de Sierra Bermeja.
Dicen que septiembre es nuestro mes, el de la ciudadanía que convive con el turismo en los meses álgidos del turismo y que ve ahora, ya, la oportunidad de disfrutar de su ciudad con otra mirada, con un ritmo más relajado del que imponen las vacaciones veraniegas y, con él, con ese ritmo más pausado, disfrutar determinadas esencias y placeres que el turismo de masas apenas es capaz de vislumbrar.
El agua espejea y el sol que cae riela sobre el cresterío leve de las olas. Daniela aparece y desaparece en ese mar de plomo incendiado, Antonia observa el horizonte desde la arena y un servidor deja que el mediterráneo hunda sus pies en la arena fría. Septiembre. Dicen que también es el mes de los ricos. Ricos de espíritu al menos.