“Vamos a morir, nos extinguiremos como especie. El arte morirá, la literatura morirá. La comunicación morirá. Todo será sustituido. La especie humana será sustituida”, este es un mantra un tanto efectista y apocalíptico que recitamos en los cursos sobre capacitación mediática y consuno crítico de los medios de comunicación que impartimos desde la consultoría Díaz Olivera Comunicación.
Sí es efectista y sí es apocalíptico, pero encierra una parte de razón preocupante cuando los datos que arrojan las encuestas indican que los españoles estamos frente al teléfono móvil una media de tres horas y media al día más allá de las necesidades propias del trabajo.
La mirada larga, a media distancia, la mirada alrededor, periférica, la mirada global acaba sustituida por la mirada corta, efectista, descontextualizada, de consumo inmediato. Nos impide el conocimiento de nuestros alrededores afectivos, sentimentales, ecosistémicos, o al menos la profundización en todos ellos, la reflexión. Favorece la desconexión con el mundo que nos rodea y con esta desconexión fomenta la falta de interés.
Si no ponemos la mirada en la vida, la contemplamos en su plenitud, y la sustituimos por la visión filtrada que ofrece la pantalla de nuestros smartphones perderemos la oportunidad de conectar con ella y sus quehaceres de primera mano, conocer sus bondades y sus virtudes, sus proezas y sus escarnios. Y esta indolencia, la abulia forzada a la que nos someten los nuevos medios, nos insensibilizará ante su defensa y por tanto nos adocenará para exigir, pelear, nuestros derechos.
Del mismo modo, si somos incapaces de mirar a nuestro alrededor, seremos así mismo incapaces de valorar un atardecer, el paso lento del tiempo en un viaje, los escenarios cambiantes de la naturaleza, el olor intenso de la primavera en el sur, perderemos el contexto de la vida para afrontar nuestro destino pegados a la realidad mundana e interesada que nos ofrecen otros.
Y quizá con eso el deseo y la inspiración se nos escapen, no aterricen, no nos movilicen el corazón o el alma para expresarnos más allá de los tiempos exigidos por la inmediatez.
Afortunadamente todavía quedan irreductibles, inasequibles al desaliento, que son capaces de despegar el rostro, la cara, la mirada de sus smartphones y descubrir que el mundo late también para ellos.