Ya hemos debatido en cónclave familiar las agrupaciones mínimas y máximas que nos deparan para estas próximas fiestas de Navidad, hemos buscado una fórmula mixta para que ninguna de las partes se sienta en soledad excesiva y lograr mantener raya el virus dentro de las limitaciones impuestas por la prudencia y el distanciamiento social. Es un gesto de gran contención familiar porque por lo general somos ruidosos y expansivos y excesivos en nuestras muestras de afecto colectivas.
Entendemos que estas navidades de 2020 son profundamente anormales, que el vencimiento de este año fatídico pesa en el ánimo de todos y de todas, que las afrontamos desde el cariño, sin duda, pero un tanto agitados emocionalmente, sentimentalmente.
Hay un ambiente generalizado que pivota entre la pesadumbre y la crispación, ambas a flor de piel, y nos impide disfrutar del tintineo ordinario de las campanillas, de los villancicos, de las luces instaladas ya en las calles de nuestras ciudades. Quizá tenga que ver con el temor, con la incertidumbre, con el dolor, con la preocupación honda.
Solo la infancia parece salvarnos de este abatimiento. Los niños y las niñas que repiten las costumbres de siempre como si fuera ayer, reinventan las tradiciones para en un ejercicio brutal de adaptación, incorporan a los elementos más típicos los geles hidroalcohólicos o las mascarillas de una manera tan natural que asusta. La resiliencia que derrochan por los poros.
La actitud ante el advenimiento navideño parece agazapada, escondida, oculta tras ese espeso telón de fondo que nos ha impuesto la COVID, pero está, ahí está. Y el cónclave familiar ya anda decidiendo qué viandas poner sobre la mesa, qué regalos no pueden faltar, cuánto y cómo vamos a abrir las puertas y ventanas para lograr la ventilación perfecta. Este año seremos menos sentados alrededor de la mesa, pero la pandemia nos introdujo y profesionalizó en las videoconferencias, así que, donde hay un teléfono móvil puede haber una familia detrás.
Encaremos las fiestas desde la prudencia y la responsabilidad individual y colectiva para pensar que llegará el tiempo en el que nuestros encuentros familiares puedan ser de nuevo ruidosos y expansivos y excesivos.