Errar nos hace humanos, rectificar el error, sabios. El concejal de Sanidad, Carlos Alcalá ha abundado mucho en lo primero estos últimos días, pero muy poco, nada, en lo segundo. Y todo desde que Izquierda Unida destapara el nuevo pliego, el nuevo contrato, para la recogida de animales abandonados y que, por primera vez en Marbella, incluía la palabra sacrificio, dar muerte a los animales si en 10 días no eran adoptados por un tercero.
En estas jornadas de réplicas y contrarréplicas, de barahúnda e indignación, he podido leer una frase en la que se decía que la medida de una sociedad reside en el trato que da a sus animales. Sin duda, un contenido objeto de reflexión. Pero lejos de tener en cuenta esa frase, o muchas otras voces que se han alzado contra el nuevo contrato, el PP ha centrado sus esfuerzos en intentar moldear la pública y encajarla en la realidad de un pliego que se empeñaba tozudamente en decir lo contrario que los responsables del gobierno se empecinaban en demostrar.
Dos ruedas de prensa, un vídeo de la alcaldesa y una nota de prensa después, el ejecutivo local parece admitir parte de su error, pero lo encubre con un acuerdo in extremis, con un parche, utilizando a una protectora de animales de profunda raigambre en la ciudad como instrumento. Un resultado muy pobre que colectivos animalistas y ciudadanía no van a dejar ahí.
Más allá del caso concreto, este ejemplo sirve para visualizar el enorme pecado de soberbia instalado en un perfil político que no admite los errores creyendo primero que no son tales por su infalibilidad y segundo, una vez comprobados, no admitiendo bajo ninguna circunstancia que lo son, errores. Y esto pasa en los viejos y en los nuevos partidos.
La crisis del nuevo contrato para la recogida de animales se habría cerrado si el concejal hubiera frenado, estudiado el pliego, escuchado a la oposición y a los colectivos y anunciando la retirada del mismo y la redacción de uno nuevo en consenso con todas las partes implicadas. Pero no, optó por llamar “ignorantes” a las personas hondamente preocupadas por este asunto y que ponían en tela de juicio su presunta infalibilidad. Una oportunidad perdida.
El concepto de gobernar obedeciendo, esencia de una democracia representativa sana, no es fácilmente digerible por estos perfiles de pecado soberbio. Mucho menos espero que entiendan que la admisión del error nos hace más fuertes, más veraces, más humanos, más creíbles. Y su rectificación, más sabios.