Durante el confinamiento, la familia nuclear de tres que componemos Antonia, Daniela y un servidor adquirimos la costumbre, una vez al día, de cedernos, de manera recíproca y consensuada, espacio y tiempo y dedicar una hora a nuestras cosas, ocios, asuetos varios, procurando no interrumpir esta burbuja personal excepto por una necesidad perentoria de querencias.
La mayoría de esos ratos, momentos, los empleaba en leer y en escuchar música. Esto último de manera consciente, porque los nuevos usos y plataformas en streaming nos llevan a saltar de un tema a otro, de un grupo a otro, de un estilo a otro, sin disfrutar de manera plena de un trabajo completo que requiere una escucha integral para alcanzar toda su hermosura, su honda belleza, su tristeza atormentada o su jovial alegría. Y así transía mi pensamiento entre el A Kind Of Blue de Miles Davis o el Ataque Celeste de El Columpio Asesino, y en esa horquilla, casi todo lo imaginable.
Escuchar música es un placer inmenso que me ha acompañado desde niño, cuando mis padres atacaban su tocadiscos con Quilapayún o Calchaquis o la Creedence Clearwater Revival o los primeros discos de Oskorri o Urko o Gwendal, no sé si por imitación o por recorrido vital propio la fui incorporando a mi vida con la naturalidad del convencimiento inherente, el no aprendido, el disfrutado, el vivido, y pronto comencé a tener mi recorrido personal desde el tronco que me facilitaron y me fui hacia el soul y el jazz y el blues y el rock y el indie, y por supuesto, hacia el torpe intento de formar un grupo musical con toda la actitud y sin ninguna aptitud para ello del que incluso se guardan alguna grabación, Los Ramiros.
Aún me encanta descubrir canciones nuevas, grupos nuevos, compartir los hallazgos con mi querida Miriam Olivera, dejarme aconsejar por los gustos de otros. Cuando una nueva canción llega a mí, algo parece implosionar en mi interior, y añado a mi playlist un tema más que cumplirá o no tus expectativas con el paso del tiempo como ocurrió en su día con L’Appuntamento de Ornella Vanoni, o La Vereda de la Puerta de Atrás de Extremoduro o el Gimme Shelter de los Stones o el Stepping Out Queen de Van Morrison o el Won’t Get Fooled Again de The Who o el De Nuevo En Tus Brazos de Doctor Deseo.
Porque si algo tiene la música, si algo tienen las canciones es, más allá de la capacidad evocadora, el poder de acompañarte para siempre en tu vida, de ir y venir, aparecer y desaparecer, con cierto carácter guadianesco. Con cada escucha, casi se podría elaborar un mapa vital de tus espacios, de tus tiempos. De aquel viaje a Valencia, de aquella Aste Nagusia en Bilbao, de la primera vez en Marbella, de esa noche en Ojén, de aquel concierto, aquel festival, los primeros amores, los actuales. Tejer un recorrido íntimo por tus cariños y por tus anhelos.
Cuando llega el otoño, procuro rescatar un rato de aquellos que nos dimos durante el confinamiento y salgo a escuchar música a la terraza, solo a eso, casi nada, a escuchar música en la terraza.