Hay un error de fondo en la traducción literal de fake news. Se ha asumido que son “noticias falsas”, pero en realidad se debería traducir como “noticias falseadas”, noticias manipuladas, lo que supone un cambio radical en su acepción y en su origen, porque detrás de lo “falseado” siempre hay una intencionalidad.
Esa intencionalidad tiene como objeto hacer daño a un tercero, ya sea un daño económico, de reputación, comercial o ideológico. Y con ese daño, asentar una nueva tesis. Y en esa nueva tesis es donde radica el peligro real de esta herramienta al servicio del descreimiento.
La finalidad última de estas noticias falseadas no es tanto que la opinión pública acabe creyendo una mentira, sino que a medio o largo plazo dude de toda realidad. Con esta sensación se genera un caldo de cultivo propicio para el nacimiento y crecimiento del populismo, otro de los instrumentos de los que se valen las ideologías radicales para implantar su ideario. Socavar y horadar con ello la creencia en el sistema y las instituciones.
Porque detrás de las noticias falseadas, en contra de la imagen de misantropía que nos puede generar nuestra mente de un varón joven en el sótano de su casa difundiendo un bulo, existe una poderosa industria de la desinformación con agentes expertos y remunerados capaces de tejer toda una red de mentiras alrededor de un hecho.
Mentiras que nacen en las redes, se viralizan y saltan a determinados medios pseudoinformativos dándoles rango de veracidad y que, de nuevo, saltan a la redes sociales, generando una corriente continua de desinformación interesada.
Estas noticias falseadas encuentran en el dolor una palanca enorme de impulso. Lo saben y se aprovechan de ello. Las tragedias colectivas, la incertidumbre que genera una catástrofe, los momentos inmediatamente posteriores a un hecho luctuoso, cuando los datos aún son pocos e imprecisos, se transforman en la probeta idónea donde generar una noticia de esta índole.
Son muy difíciles de combatir. Se diseñan por profesionales. Se valen del sesgo de reconocimiento y validación. Se alimentan de las emociones y de la indignación. Y han encontrado en las redes sociales, whatsapp y telegram en grandísima medida, sus canales perfectos de difusión.
Para combatirlas sólo hay una solución, implantar una pedagogía asociada al pensamiento crítico y practicar, como sistema de creencias, la duda razonable y fundamentada.
Mientras tanto, a los profesionales de la comunicación, sólo nos queda intentar formar parte de esa pedagogía y aportar nuestra experiencia crítica para desvelar la realidad que se esconde detrás de las noticias falseadas.