Siempre he tenido un alma belicosa, rocosa, ciertamente enhiesta. Batalladora. Me ha salvado en innumerables ocasiones de la equidistancia y de la pasividad, me ha dado una voz, pero también ha provocado siempre en mí una inquietud que no cesa, como aquel rayo que poetizaba Miguel Hernández, el rayo que no cesa.
En los últimos años, la inquietud permanente ha cobrado su parte de terreno y ha arrinconado a la belicosidad, provocando un choque entre el querer, el deber, el poder, sembrando la vida de algunos temores que antes no existían o permanecían arrinconados en la irrelevancia.
No me gusta esta sensación permanente de temor, por llamarlo de alguna manera, que ha llegado a paralizarme en ocasiones. Quizá las responsabilidades sean otras ahora, más poliédricas, con más aristas, quizá también sea la edad. Lo desconozco. Pero ahí está, sin duda.
Por eso, dentro de esta sensación de inquietud las aspiraciones personales y profesionales también han cambiado, se han redirigido, miran al retrovisor y recuerdan las aspiraciones pasadas.
En lo personal no puedo pedir más. El amor familiar y amical se mantiene intacto, ha crecido, evolucionado hacia unas querencias más sólidas, de raíces más profundas e incontestables.
En lo profesional las turbulencias vienen con los nuevos tiempos. Porque si pasó el tiempo de la radio y pasó el tiempo de las televisiones y pasó el tiempo de las tertulias, la experiencia me ha hecho ver las cosas con cierta distancia.
Desde la consultoría y el asesoramiento, desde el otro lado, el reverso tenebroso en el que llevo ya inserto tantos años, el empobrecimiento de la profesión es evidente y doloroso viendo como grandes profesionales huyen del periodismo para refugiarse en otros lares que provoquen menos inquietudes, quizá más seguridad y un poco más de felicidad.
Porque al final, quizá lo que todos anhelamos es cierta tranquilidad de espíritu más allá de nuestras diatribas diarias, por que la resiliencia, ese concepto tan de moda que habla de adaptarse bien a la adversidad frente a fuentes de tensión significativa, a veces no parece más que un refuerzo psicológico de las multinacionales de la autoayuda y el capitalismo voraz que todo lo consume.
Tranquilidad de espíritu, porque como decía Henry David Thoreau en su ‘Walden’ “Fui a los bosques porque deseaba vivir deliberadamente; enfrentar solo los hechos esenciales de la vida y ver si podía aprender lo que ella tenía que enseñar. Quise vivir profundamente y desechar todo aquello que no fuera vida… para no darme cuenta, en el momento de morir, de que no había vivido”