Huele a castaña asadas, un perfume denso y dulce, promesa de frío, realidad de otoño. Como aquella magdalena de Proust, me hace rememorar mi infancia en Barakaldo, cuando el castañero, frotándose las manos, como un aparecido entre el denso humo, utilizaba su radio a pilas como un altavoz del mundo.
El aroma, tan fuertemente presente en mi memoria, se reactiva estos días en Sierra de las Nieves y la Costa del Sol, cuando los tostones y las tostonás sobreviven al asedio de Halloween, y permiten congraciarse con el fuego y las brasas, con el fruto del otoño, con el recio aguardiente en el coleto, con la tarde y la noche, la jornada completa en el campo cobrizo.
Perfumes que se confunden con los pucheros y las cenizas de chimenea, con las piras de rastrojos, ahora que el verano del membrillo parece abandonarnos definitivamente.
Soy fan del otoño, que parece siempre comienza entre difuntos, cambios de hora y soles bajos al atardecer.
Y con Halloween. Mi otoño también comienza con Halloween.
Me resulta ya un tanto absurda la tarea de enfrentar la fiesta de Halloween con los tostones, con la tradición de campo, etnografía arraigada desde allende los tiempos.
Del mismo modo que la iglesia católica colonizó las fiestas paganas celtas y romanas del solsticio de otoño, Halloween colonizó las fiestas católicas de Todos Los Santos, Difuntos, Muertos, en esta dialéctica entre el pasado y el rabioso presente.
No se puede competir con Halloween. Una fiesta plagada de chuches, de sustos, de terror, de disfraces. Es el edén, paraíso de la infancia. La batalla está perdida antes de desenvainar el sable. Disfracémonos, asustemos, riamos un poco la iniquidad de la muerte, salvémosla por un día, olvidemos que existe.
Hace años que me sumé. Que Antonia y un servidor nos disfrazábamos en casa y entre velos y cantos del más allá aterrorizábamos a los niños y niñas que venía a la calle Rosal de Ojén. Disfrutamos con todo aquello.
Pero esas telarañas de Halloween no me esconden el perfume de la castaña asada, de mi infancia, de mi amama Nieves asándolas en la karmela de su casa, haciéndome un puñadito apretado, tibio el papel de periódico en la que me las entregaba.
El otoño es el Tostón.
El otoño también es Halloween, mal que le pese a los insurrectos.