Hijos, hijas

21/07/2021
Me crié con ellos, con ellas. Compartimos la vida y sus milagros, los veranos eternos de bicicletas aterciopeladas, los besos primeros, los escarceos sexuales, las decepciones del amor y del hastío, las ilusiones fundadas ante lo que ocurría ante nosotros, la pereza de algunos estudios. A ellos y ellas se fueron sumando, como un afluente al cauce principal, otras y otros que alimentaban con la misma fiereza nuestro alrededor. Éramos niños, jóvenes, crecimos. Todo era el principio de todo, la primera vez o casi la primera, éramos génesis, virginidad

La vida nos llevo y nos trajo, nos empujó, hinchó nuestras velas, descompuso el velamen, nos permitió correr y quedarnos rezagados, escapar y reencontrarnos. Y poco a poco nos situó en este ahora de 2021. No más sabios, pero, seguro algo más viejos, con el mismo brillo en la mirada que en aquellos primeros ochenta, en aquellos primeros noventa, en aquellos primeros dos mil.

Y ahora, además de mirarnos a nosotros, a nosotras, de cotillear los sucedidos y de caminar juntos en al presencia o en la distancia, también hemos empezado a vivir nuestra vida en común con nuestros hijos e hijas. Nos vemos reflejados en ese espejo. Yo veo a mis amigos, a mis amigas, refugiados en ese parpadeo, en ese gesto sutil que es una calcamonía del de su padre a su edad, del de su madre cuando era niña.

Y nos preocupamos como entonces, como si se tratara de nosotros mismos, porque a N. le faltan unas décimas para la carrera elegida y un futuro incierto se abre ante nuestra mirada. Porque aletea un deseo en esa sonrisa enorme que tiene M. de viajar lejos de vivir la experiencia, de explorar, de exprimir la vida. Porque el cuerpo de J. está revolucionado y no sabe a dónde va, porque la voz de I. tiene un deje anarcosindicalista que apabulla, porque L. mira igual que su aita, igual, como un sosías imposible de distinguir el uno del otro.

Vivimos estas nuevas vidas como una repetición de lo que fueran las nuestras, las revivimos sería más preciso decir, y yo reconozco en estos vástagos nuestros la mirada, la sonrisa, el gesto de su padre y de su madre y parece que les veo a ellos, a ellas, y siento en mi corazón un murmullo que galopa, un tiempo que pensaba que nunca volvería, pero hete aquí que, de nuevo, como en un reflejo se aparece ante nosotros.

Igual que yo me veo en Daniela, igual que yo me veo en Daniela. En sus silencios, en su camaradería fiel, en su vergüenza, en su amor incontestable, en su gesto último de rebeldía contra el mundo.

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