Junio

Hay un instante, un momento de eclosión estival. Ronda en el mes de junio y sorprende cada año con su llegada sin avisar.  

Casi sin solución de continuidad un atardecer nos percatamos del calor que irradian las paredes, de la morosidad en el paso lento al caminar, de la apretura del sol en las horas prontas de la mañana, de atisbar en el litoral más próximo una profusión de tímidos bañistas desafiar al agua, de vestir atuendos floreados y calzar alpargatas y pantalones cortos de tela ligera.

Sucede así, casi de pronto, de sopetón.

Los vencejos y las golondrinas refrenan su intenso piar y las flores ebullen de color, como un estertor último antes de verse sometidas a la férrea disciplina canicular. Aún corre cierta brisa que pinta borreguitos blancos en el mar y hace ondular con suavidad los toldos rayados de las terrazas. Las noches aún refrescan y resulta todavía innecesario despojarse de toda ropa cubrecama y, más aún, de prender el ventilador.

Ahí se sitúa ese terreno incierto de la primavera tardía y el verano incipiente, en este mes de junio que estrenamos y que trae consigo el inicio de las vacaciones más largas del año para los colegiales, esas que se prolongan casi hasta el advenimiento del otoño, y que son una promesa de playa y sol y atardeceres eternos en La Bajadilla.

Y, de pronto, un día de este mes de Iunius te encuentras una jarra enorme de gazpacho en la nevera, sin saber muy bien cómo ha llegado hasta allí. Gazpacho al que acompañan una o dos botellas acristaladas que contienen agua fría, que tampoco recuerdas haber rellenado y situado en el frigorífico.

Tiene estas cosas el sorpresivo junio, que sin ser intimidante es primordial para marcar la cadencia de determinados tránsitos. De la primavera al verano, de los días que alargan a los días que acortan, del periodo lectivo al periodo estival.

Pero ojo con su reverso tenebroso, que ya lo dice el refrán: “tormenta de junio, golpea como puño”.