Llegará 2023 con sus promesas, como un regalo, un recipiente nuevo por estrenar… Pero más se parece la vida al kintsugi japonés, una técnica milenaria de reparación de la cerámica en la que quedan visibles los retazos de dicha reparación y que con el paso del tiempo se ha convertido en una filosofía vital que viene a decirnos que somos lo que somos porque hemos vivido lo que hemos vivido y esas cicatrices y cómo las afrontamos son las que conforman una parte destacada de nuestro ser.
Así, este 2022 que dejo atrás ha sido capaz de lo mejor y de lo peor, de la pérdida irreparable de un ser querido en enero, agur aita, agur, con el proceso de duelo que supone afrontar la muerte, los pasos que hemos dado en la familia para recuperarnos, para continuar, los rituales que nos han permitido sobrellevarlo de la mejor manera posible e instalar para siempre el recuerdo como parte esencial de nosotros mismos, imborrable e inamovible.
Y de lo mejor, en diciembre, con un viaje familiar a la metrópoli de las metrópolis, que permitió conocernos más y mejor, disfrutar juntos de esas primeras veces que siempre se recuerdan, de permitir comprobar cómo Daniela ha crecido hasta devorarlo todo con la mirada o cómo Antonia sigue siendo la maestra del sosiego y del disfrute, de la emoción por la vida.
Y es así, con la reparación de las cicatrices, siendo conscientes de ellas para que no nos dominen, como se va conformando nuestro alrededor, nuestros ojos posados en el mundo, nuestro espíritu, porque la rotura del jarrón, ya sea por un estallido o por una constante fricción, nos demuestra que la vida nos planifica a nosotros y no nosotros a la vida y que la sabiduría quizá resida en asumir desde la templanza, la resiliencia y el optimismo aquello que nos viene para fortalecer y embellecer el conjunto final como hace el kintsugi.
¡Felices fiestas, feliz año 2023!