Komorebi

13/12/2023
Camino en esa transición emocionalmente compleja, abocado en apenas 15 días a entrar en 2024, ese año de par singular en el que cumpliré 50 años (y todos los eufemismos y chanzas que caben aquí, desde el medio siglo hasta el darle la vuelta al jamón). En fin. 

Más allá de esta esfera personal, pienso en mi generación que nació en el pensamiento y comportamiento analógico para vivir en primera persona el advenimiento del mundo digital como un tsunami imparable que ha acabado por ocupar incluso las parcelas más íntimas de nuestra vida.

Es cierto que la arribada digital ha traído la sistematización y automatización de numerosos y farragosos trámites laborales y administrativos, que ha permitido acercarnos de manera inmediata los unos a los otros, que ha doblegado las distancias hasta atomizarlas y que el ocio y el entretenimiento han dado un salto enorme hasta límites insospechados. No quitaré ni un ápice de valor a todo ello, de los cual también soy asiduo y partícipe.

Pero el reposo de mi nacimiento analógico clama de vez en cuando ante la insustancialidad de este mundo digital, entendida como vacuidad, y cierto descuido a lo terrenal como forma de aferrarse al mundo.

Existe una expresión japonesa, komorebi, que significa “La luz que se filtra a través de las hojas de los árboles” y que viene a describir ese instante en el que la naturaleza nos regala momentos de belleza inusual. Pero claro, para verlos, para sentirlos en la piel, entrando en la mirada, tenemos que regresar al mundo analógico, levantar la vista de nuestros dispositivos el tiempo suficiente para poder vivir ese instante.

Como el perfilado anaranjado y violeta de la silueta de África en estos atardeceres lentos de otoño o el rielar de las luces navideñas sobre la superficie mojada de las aceras, o el viento de levante que mece los árboles muellemente.

Lo digital nos priva de esta emoción y la sustituye por otra que pretende ser similar, su sosias, su doppelgänger, una recreación virtual de nuestro mundo real.

Sin duda, uno de mis propósitos para este 2024, el año de la llegada de los 50, será buscar con denuedo el komorebi para poder disfrutar más de lo tangible frente a un mundo cada vez más pegado a la virtualidad.
 
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