La ciudad imposible

27/06/2018
Parece estar escrito que debe existir una diatriba eterna entre los residentes y los veraneantes, no solo en esta urbe populosa, multicultural y cosmopolita, sino también en otros destinos más modestos, donde se ven auténticas pugnas entre los otros y las unas, una batalla eterna entre los que van y vienen y entre los que permanecen. Quizá sea reflejo, haciendo una hipérbole, de la lucha por los recursos, de la lucha por la pertenencia a un lugar y los derechos que se te atribuyen por el mero hecho de la pertenencia, o la permanencia, a un lugar. 

Y no hablo de las luchas a pedradas en las lindes del pueblo, cuando los mozos y las mozas se arreaban por esta o aquella afrenta, si no en vivir en un destino como Marbella, donde el turismo canibaliza a la población residente durante los dos o tres meses de verano. Y digo canibalizar porque auténticamente, esa riada de visitantes se nutre del tuétano de los residentes, a veces, muy a su pesar, y otros con orgullo y auténtico deleite.

No pretenda ser este artículo, una loa contra el turismo, ese invento, que nos da la vida como destino privilegiado y engrosa las arcas de tantos negocios y empresas y permite vivir a marbelleros y marbelleras, no es eso, si no en la constatación de la privación de cierta libertad que el verano nos trae a los residentes y el estrés de pesadumbres que nos endilgan determinados perfiles de turistas, agravada esta sensación de excesos por la falta, una vez más, de un modelo de ciudad que permita compaginar las dos realidades de una Marbella compleja.

La visibilización de esta ausencia de modelo se redobla precisamente en estos meses, cuando los servicios se colapsan, cuando las infraestructuras muestran las verdades de su precariedad y se quedan cortas a todas luces y donde la saturación es la normalidad y no la excepción.

Subrayar solo algunos ejemplos como la A7, siempre por modernizar y nunca modernizada; el soterramiento de San Pedro, muerto por asfixia antes incluso de estrenarse; el Hospital Costa del Sol que contempla la decrepitud de su ampliación día a día mientras se ahoga en urgencias; la ausencia de instalaciones deportivas que ven pasar la Davis, el IronMan y la Vuelta como si fueran sus primos de Zumosol… Todas estas infraestructuras son esquivas y malogradas el resto del año, pero en los meses de verano, redoblan su ingratitud, su iniquidad, y nos maltratan una y otra vez.

Y esto no es consecuencia del aluvión de turistas, reitero, si no de la ausencia de modelo de ciudad que satura hasta colapsar y que las enormes cifras del sector hacen sonrojar a una ciudad que pretende ser buque insignia del mismo.

Los visitantes se irán y con su marcha terminará nuestra particular guerra a pedradas con ellos, pero la falta de infraestructuras continuará, porque el Plan Estratégico esquilmado, diluido, dilapidado no nos permitirá nunca trazar las líneas maestras de un modelo de ciudad más amable, más habitable, que permita una mejor convivencia con nuestro entorno y entre nosotros, preparada y con músculo para la llegada del turismo masivo en los meses de verano y que sea capaz de ofrecerse lo suficientemente atractiva para permitir la llegada de otros perfiles de visitantes el resto del año.

Que la ciudad imposible sea una pesadilla de Italo Calvino, y no la realidad manifiesta de una Marbella en verano.


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