Nunca he sido futbolero, ni tan siquiera en mis tiempos más mozos. No me ha interesado este el deporte como tal y menos aún lo que se mueve alrededor de él, asociado en mi mente a la masa ciega y enardecida.
En mi condición de vizcaíno militante tuve la oportunidad de acudir al antiguo San Mamés en varias ocasiones, pero siempre me interesó más el bocata y la experiencia social que el desarrollo del juego. El trabajo periodístico me llevó a Lezama en varias ocasiones y he de decir que atendía las evoluciones de los jugadores en el campo y en la rueda de prensa posterior con escasísimo interés y unas emociones un tanto apáticas.
Sin embargo, en mi otra condición de vizcaíno emigrante al sur, ya va para 18 años, comencé a simpatizar, a seguir con más atención las idas y venidas del Athletic. Esta condición de apátrida siempre busca sentar las bases de su ser en los lugares comunes del territorio que dejó atrás. Me interesé por sus partidos, sus rivales, cómo iba en la clasificación, las nuevas incorporaciones, las estrellas que despuntaban, los entrenadores.
Sin llegar a profundizar nunca, pero ha formado parte desde entonces de ese paisaje sentimental, de cierta melancolía por el terruño que uno dejó atrás, incluso leí con fruición el libro de Ramiro Pinilla “Aquella edad inolvidable” donde recreaba la caía en desgracia y la superación de un jugador del Athletic. Sin duda, más por Pinilla que por el fútbol.
Asistí con mi familia, también emigrada al sur, a las derrotas últimas de los rojiblancos en las copas y eurocopas, ataviados con las preceptivas bufandas, pañuelos y banderas. Y, claro está he vivido en la distancia el ascenso al olimpo futbolero de esta última victoria de la Copa del Rey, intercambiado con mi cuadrilla vídeos y fotos de esos momentos, anécdotas varias, compartiendo vídeos de Instagram y Tik Tok con ellos.
En 1984 tenía 10 años, no salí a recibir a la Gabarra como tantos otros, las aglomeraciones nunca le gustaron a mi aita, pero ahora, cuando han pasado cuatro décadas he contemplado con cierta emoción temblando en mi interior cómo esa alma rojiblanca acompañaba a los jugadores ría del Nervión arriba.
Pensé en mi cuadrilla, en sus hijos e hijas, en mi familia, en sus emociones, y entendí que también había una parte de mí allí, junto a la ría, recibiendo en Bilbao entre loas y vítores y cánticos al Athlétic.