La prisa es una mentira

La prisa es una mentira. La prisa, la inmediatez, son una mentira impuesta. Una mentira impuesta que nos han hecho confundir con lo urgente y lo importante. Una mentira impuesta por el interés del consumo inmediato, acelerado, del recambio con apremio.  

La prisa es una mentira.

Esta semana, diversas cuestiones laborales me llevaron a recorrer una senda transitada con asiduidad, pero que disfruto con fruición camino a Sierra de las Nieves. Salí de Marbella, pasé por Ojén, Monda, Guaro, Tolox, Alozaina hasta arribar en Yunquera.

La niebla se apretaba al traspasar la frontera natural de Sierra Blanca y un denso manto blanco, roto a esporádicos jirones, envolvía los Llanos de Puzla, mientras un leve sirimiri cubría el parabrisas del coche. Imbuido en este paisaje el tiempo parece cobrar otro orden. Las premuras impuestas se desvanecen y quedan relegadas a una sombra entre los bosques o los caseríos blanco apretados.

Hombres mayores que caminan con las manos enlazadas en la espalda, dos o tres caballos blancos a cubierto, un rebaño de cabras vigilado por la atenta mirada del pastor ramonean la hierba fresca. El tiempo parece dilatarse, dotarse de un ritmo propio, más aparejado a la naturaleza que les rodea que al tráfago impuesto en localidades más grandes.

Después de un puñado de curvas aparece el arco de Yunquera que anuncia la entrada al municipio, Puente Palo, un antiguo conducto de agua. El municipio entre las brumas. Calles peatonales donde la vida transcurre con el latido propio del quehacer cotidiano. La charla en la panadería, un café fuerte y oscuro en el interior de un bar, el paseo de dos mujeres con sus carritos de la compra, los saludos quedos y asomados a la boca, sólo dos niños que llegan tarde al colegio parecen consumidos por la prisa.
Discurre la vida sin la urgencia impuesta, sin la inmediatez impuesta. Discurre la vida.

En mi regreso paro un instante en la pechera aldea de Jorox. Casi puedo escuchar el murmullo del agua que surca sus acequias y de la que beben sus albercas, sus campos, de un verde aún húmedo por la niebla que se va disipando, el cielo azul asoma tímido entre las nubes. Una casa blanca aquí, otra allí, los recovecos de sus calles y paseos y trochas. Un hábitat poblado desde el paleolítico, la ermita de la Veracruz, todo el conjunto asomado y amoldado a los tajos, a los barrancos.

Me monto de nuevo en el coche, bajo las ventanillas, y me quedo así un rato antes de arrancar. Hace fresco, las hojas se mecen en los árboles, se escucha un murmullo de labor en el campo, el ladrido quejoso de un perro…

Allí brota un certeza y con ella la idea de este artículo.

La prisa es una mentira. Una mentira impuesta.