Todos en este encierro obligado, solidario, plural, total, nos hemos hecho la firme promesa de reconectar con el mundo y con la vida, con nuestros semejantes, con nuestras familias, besar a nuestros amantes, abrazar a nuestros enemigos, transformarnos en profetas del carpe diem y apurar los instantes hasta el último sorbo, hasta el último hálito de conciencia y de belleza cuando este apocalipsis distópico termine.
Hemos participado ya de forma colectiva en la elaboración de listas que responden a cuestiones como ¿qué es lo primero que vas a hacer cuando acabe el confinamiento? Viajar, comer una paella, abrazar a mi madre, declararme al amor de mi vida, hacer rafting. Cada cual, lo suyo, sus querencias y anhelos. Y estas promesas, suspiros de vida, nos permiten visualizar el fin de esta irrealidad colectiva e intentar armar un futuro improbable preñado de incertidumbres.
Estos listados proyectan una pulsión, vencer la necesidad de liberarnos del encierro, de soñar un mundo, una sociedad, en la que el coronavirus no exista y el ejército no pasee por nuestras calles, pero también proyectan una reflexión, el deseo de lo que nos gustaría ser como sociedad, en comunidad.
De manera consciente o inconsciente, también yo he confeccionado una lista de esos propósitos a realizar después del Apocalipsis, de obra y de pensamiento, y he de decir que no son muy meritorios, apelan más a lo dionisiaco que a lo transformador, lo empático o lo solidario. Podría no decir nada de esto y ponerme estupendo de cara a la galería y escribir aquí determinadas cosas con las que las redes sociales se ven inundadas estos días, pero no lo haré.
Lo que sí me gustaría compartir es que este confinamiento me ha ayudado a disfrutar más del presente que del mañana, del ahora, del ya, que del futuro, de ser consciente de que un día más resulta ser un día menos, que una jornada vencida a la enfermedad es un triunfo personal y colectivo. Ya, hoy, ahora, aquí. Que toda planificación no rebase los aplausos de las ocho de la tarde.
Y si las circunstancias me obligaran a realizar una lista, cuando me sacuda la zozobra del cuerpo, cuando logre despojarme de las barreras que se nos imponen y la circulación de las gentes sea de nuevo una realidad, anotaré una sola cosa, dos.
Querer más y mejor. Y un bollo fiesta en el Bar del Mercado.
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