Málaga

02/12/2020
Ayer, sufrí una revelación. Mi trabajo de periodista me llevó hasta Álora. En lo más alto de la torre de su castillo, la huerta del Guadalhorce a mis pies, las brumas sorteando las montañas de Alhaurín El Grande, el cristo de Pizarra como vigilante enhiesto, el sol de invierno, bravío. Sufrí una revelación que me llevó a recordar una gratísima experiencia laboral.  

Había aterrizado en Málaga, en Ojén, desde mi Barakaldo natal hacía apenas dos años. Era 2009 cuando el entonces Patronato de Turismo de la Costa del Sol me ofreció el que, sin duda, ha sido uno de los trabajos periodísticos con los que más realizado me he sentido en el desarrollo de mi vida profesional. Durante dos años me recorrí los que entonces eran 101 municipios de la provincia de Málaga y sus espacios naturales. Una visita que después quedaba reflejada en un blog semanal titulado “El color azul del cielo”.

Aquello me enseño a amar profundamente esta tierra de adopción. Sus aristas, sus diferentes caras, sus diversas maneras de sentir, sus particularidades, su idiosincrasia. Me enseñó a entender, a comprender una provincia tan aparentemente alejada del lugar de donde provenía. A defender sus cimas y sus bosques, su patrimonio natural. A proclamar a voz en cuello la riqueza de su patrimonio cultural, histórico, etnográfico, gastronómico. A revivir su historia, a veces trágica y dura y enconada y, con ella, su pasado profusamente enriquecido por cada una de las civilizaciones que se ha asentado en el territorio. Y ya hice míos algunos nombres y algunos hitos y algunos lugares y algunos sueños. Y en el camino forjé amistades que aún perduran.

La impagable visita a la Cueva de la Pileta en Benaoján, las huellas de manos en la Cueva de Ardales, el valle del Genal en otoño, la campiña y los embalses del Guadalteba, los chivos de Canillas de Aceituno, la atalaya de Comares, el pueblo museo de Genalguacil, la carretera de Ronda hasta Casares, los acantilados de Maro, el Torrecilla y la Maroma, Sierra de las Nieves, próximo Parque Nacional y su hermana roja, roja, Sierra Bermeja, la Ruta Mudéjar de la Axarquía, las ruinas de Bobastro y la historia de Omar Ben Hafsun, el Caminito del Rey, siempre soñando con su rehabilitación, con su reconstrucción, ya una realidad plena, el complejo del Hundidero, el ídolo de Almargen, el agua de Istán, el pinsapar de Yunquera, Pasos Largos en El Burgo. Y Ojén, siempre Ojén, el duende de su festival flamenco, la locura de su Ojeando, la leyenda de su aguardiente.

Y es precisamente ahora, cuando la coyuntura nos lo impide, cuando con más ahínco, más ímpetu, más fuerza debemos defender, promocionar, publicitar nuestro entorno. Buscar la fortaleza imparable de esa combinación insuperable de costa e interior, que la una sirva como tractor de descubrimiento de la otra, su complemento y su valor añadido, su pulmón verde.

Ahora es el momento. Ahora, precisamente ahora, es el momento.
 
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