Recibo por wasap numerosos mensajes estas dos últimas semanas. Todos son similares, muy parecidos, cambian las personas, los lugares, las circunstancias, pero guardan, en esencia, una similitud que aterra.
Hablan de la cuantificación de los daños, del número nuevo de contagios que nos cercan, del número de casos que nos afectan directa o indirectamente. Los que están escritos en primera persona del singular “he dado positivo”, los que están escritos en primera persona del plural “somos positivos los tres”, los que se refieren al entorno laboral “mi jefa tiene cita con la PCR esta tarde”, al entorno escolar “toda la clase de quinto está confinada”, al entorno de las querencias “hemos tenido que ingresar a mi madre”, el de los familiares sanitarios “esto es un horror”, los sintomáticos “tengo una tos tremenda y apenas puedo respirar”, los asintomáticos “me encuentro perfectamente, por ahora”… Y así una retahíla ingente que se repite en cada teléfono.
No soy una persona tendente al alarmismo, más bien todo lo contrario, observo la prudencia como la mejor aliada para combatir los estragos y embates de la vida, pero es cierto que he comenzado este 2021 con cierto temor alojado en mi pecho. Temor por mí, por los demás, por las personas que me rodean. Quizá haya perdido cierta fe en el ser humano, en la sociedad, ante el panorama de imprudencias que parecen extenderse ante mí, imprudencias no solo de comportamiento individual y colectivo, sino en la toma de decisiones, en la controversia institucional, en cierto ruido mediático, en las contradicciones entre lo que se hace y lo que mi cuerpo me pide se debería hacer. No lo sé. Un poco todo, probablemente.
Me sitúo ante la pandemia de un modo diferente al de marzo de 2020, cuando se procedió al confinamiento colectivo, quizás sea por cansancio, por desgaste, por desgana o por, como decía antes, temor. El caso es que afronto este panorama incierto con menos fuerzas que hace año, una dosis mucho menor de optimismo, con cierta desesperanza. Esto no me impide armarme un discurso para mí y para mi entorno en el que prima el espíritu de lucha, de no desfallecer, de creer más allá de las evidencias en un desenlace positivo y esperanzador de toda esta situación pandémica. Y lo armo y lo esgrimo y lo grito a voz en cuello porque entiendo que ese es mi deber como ciudadano, como amigo, como marido, hijo, amante, como padre… Pero hay ocasiones en las que omito de mi quehacer diario las noticias, las informaciones, los wasaps, buscando la posibilidad nostálgica de un mundo prepandémico que cada día se me antoja más lejano.