La palabra CÁNCER parece escribirse siempre con mayúscula, decirse siempre en mayúscula aunque sea levemente bisbiseada, temerosa y secretamente susurrada. Es una de esas palabras que siembran un cataclismo en el entorno de las personas que se ven impelidas por ella.
El domingo pasado toda la familia nos sumamos a la Marea Rosa que organiza la Asociación Española Contra el Cáncer en Marbella, una marea concienciada y festiva que se celebra cada año y que tiene como objetivo primero promocionar el deporte como una actividad sana de prevención, pero que sin duda es mucho más.
Es una forma de visibilizar la enfermedad, de promover la empatía con los enfermos, las enfermas y sus familias, de exigir mayores inversiones en investigación, mayores recursos en los tratamientos, y poner el foco de atención en las personas más vulnerables.
La Marea Rosa es un recuerdo y una memoria, pero también es una celebración de la vida, de la lucha, de la batalla, pretende ser un aliento un grito en comunión festiva para decirles a las personas que padecen o han padecido la enfermedad que no están solas en este combate.
Y en ese recorrido de cuatro kilómetros nos juntábamos hombres y mujeres de todas las edades y condición, en carrera o en paseo, en cháchara cómplice o en silencio concentrado. En grupos apretados o en soledad acompañada. La prueba deportiva discurría a un ritmo muy distinto del latido que recorría las calles de Marbella.
El simbolismo de estos encuentros, de estas acciones cobra mayor trascendencia cuando se comparte, cuando se socializa de manera gregaria, cuando la unanimidad por una causa común nos trasciende a todos y todas los presentes.
Nosotros caminamos por Miriam y por Antonio y por Benja y por Jesús, como tantas otras familias caminaban por los suyos, por las suyas, y ese sumatorio de voluntades, de pasos, de kilómetros, hacía que de la Marea Rosa surgiera una voz única de esperanza y de vida, de lucha común.