Mascarillas

Desde hoy el uso de las mascarillas será obligatorio en Andalucía, independientemente de la distancia de seguridad que mantengamos con el prójimo, salvedades aparte. Y con esta decisión comienza la diatriba entre lo conveniente y lo necesario que en demasiadas ocasiones torna la balanza hacia lo primero y obvia lo segundo.  

Si somos capaces de hacer la menor autocrítica hemos de admitir que cierta lasitud se ha apoderado de las medidas de distanciamiento social y de seguridad a las que tan férreamente se nos ha conminado. Tenemos la falsa sensación de que nada ocurre, incluso que el coronavirus ha dejado paso a otras informaciones para abrir portadas, informativos de radio, telediarios. Fernando Simón no parece ser ya el factótum pandémico al que acudíamos rueda de prensa tras rueda de prensa como al oráculo de Delfos, se nos olvida lavarnos las manos en cada incursión al exterior, e incluso nos permitimos entrar en casa con las zapatillas, alpargatas o chancletas con las que hemos hoyado la calle.

573.000 muertos y 13 millones de contagios en todo el mundo. De ayer.

Estas son las cifras del horror que nos obligó a una reclusión forzosa (y necesaria) en nuestros hogares por el tiempo de casi tres meses. Esas son las cifras de un espanto que asoló China, más tarde Europa y que, ahora se ceba con dureza en América y comienza a expandirse con gravedad en África.

573.000 muertos y 13 millones de contagios en todo el mundo.

Mientras, nosotros forzamos la gresca entre la necesidad o no de las medidas impuestas y buscamos, pícaros, los modos y formas de eludir las obligaciones de portar mascarillas sin entender que esto no es cuestión de ser pillo ni listillo, si no de ser inteligente, además de solidario y empático.

Me abrumó la naturalidad con la que hace menos de un mes recuperamos la normalidad bautizada como nueva, quizá sin saber que a lo que nos enfrentábamos era a una nueva realidad, que se rige por otras normas, que impone una serie de normas que si se incumplen de manera sistemática pueden llevarnos a la ruina y a la muerte. Y aunque esto suene grueso y se me pueda tildar de exagerado, los datos son, de nuevo irrefutables: 573.000 muertos y 13 millones de contagios en todo el mundo, más que muchas notorias hazañas bélicas.

Así que, no creo que la cuestión sea si ponerse la mascarilla o no es necesario o conveniente, si no si estamos dispuestos a salvarnos o no.