Reposan aún los rescoldos de las navidades en el coleto, y más allá de los excesos y de las opíparas comidas, vayan aquí, en el pecho, los rescoldos de la nostalgia, la melancolía, a la que soy septentrionalmente propenso. Y no desde el sentimentalismo de llorar por los ausentes, que siempre me ha parecido una forma de desmerecer con ello a los presentes, sino de celebrar la vida de manera un tanto sorda, con cierta sordina aplicada, y socialmente impuesta. Sin brillo.
No soy un Señor Scrooge de las Navidades, lo he expresado ya en este mismo foro, pero sí de las imposiciones y datar en el calendario a machamartillo los días señalados es una de ellas. Es una sensación contradictoria. Por un lado espero la llegada de las navidades con el ansia de un niño y por otro me gustaría evadirme de ellas, verlas desde cierta distancia, como un espectador de teatro que es capaz de vivir, sentir, la presencia de las actrices y actores, pero no participar de la obra.
Quizá tenga que ver con encontrar mi lugar en el mundo. Ese con el que identificarse con total plenitud y que a la vez solo existe gracias a los retazos de otros lugares y épocas. Hacer una transición sentimental inmediata de un punto de la memoria emocional a otro, sin solución de continuidad, con un chasquido de los dedos.
Entonces, mientras disfruto de las navidades en Marbella, mi alma vagabunda se traslada en la tarde de Nochebuena al barrio San Vicente de Barakaldo, donde se reúnen mis amigas de la infancia con las que crecí (y aún lo hago) para “tomar unos potes” y pugna mi corazón por estar allí, acompañando a Richard.mientras vemos cómo se recoge Olentzero. Allí y aquí, con el lío familiar de preparar cena para catorce en la calle Serenata, con el tráfago festivo de los villancicos plagados de zetas, con el pajarete que no falta.
O Nochevieja, cuando el horizonte de Sestao, Portugalete y Leioa, se regaba de fuegos de artificio y allí lo vislumbrábamos desde la casa de mi aitite, con mi otra familia, la primera, la que me vio crecer, y así lo recuerdo mientras devoro las uvas con mis cuñadas y mis sobrinos a mil kilómetros de distancia espacio temporal de aquellos días.
La Navidad me impone esta disociación de recuerdos y querencias y distribuye mis amores entre aquí y allí y aunque echo en falta aquello, si estuviera allí echaría en falta esto y viceversa, en un juego eterno de faltas, inquietudes, melancolías y nostalgias perpetuas y permanentes, porque si de algo tengo fe certera es que nunca, jamás, encontraré mi lugar en el mundo.
NOTA: Del nuevo gobierno recién conformado ya comentaremos en otra ocasión, cuando las musas del anhelo y del recuerdo se hayan asentado en mi corazón.