Sé que declararse veranófobo en una ciudad como Marbella, que debe gran parte de su movimiento económico a la estación estival, esos cuatro meses de alta temporada en la que los pequeños empresarios apuntalan los ingresos anuales para mantenerse firmes el resto del año, como digo, declararse veranófobo quizá no sea lo más popular, pero es cierto que nuestra ciudad a punto está de estallar por sus costuras ante los grandes déficits que muestra durante todo el año y que es ahora, en este tiempo, cuando se hacen más visibles y más los padecemos sus vecinos y vecinas.
La marca Marbella se jacta de ser una marca sólida que se mantiene casi incólume ante las batidas de las coyunturas internacionales, pero también es cierto, que esta sensación es más en ocasiones un espejismo que una realidad. No me atrevería a llamarlo burbuja, sería una pompa que lleva sin estallar más de cincuenta años, pero no es menos verdad que hay ocasiones en la que la ciudad casi a punto se la ve morir de éxito.
Una sensación que comparto con muchas de las personas con las que abordo el tema y que coincidimos tiene difícil solución ante un urbanismo que colmata la expansión racional y sostenible de la ciudad, ante una postura completamente acientífica, digo bien, acientífica a la hora de afrontar la solución a la degradación de costas y playas, ante la falta de un plan proyectado a medio plazo que ayude a diversificar el nicho de visitantes, etc…
Afrontar estos temas desde la calma resulta complicado, porque ante las voces disonantes enseguida surge un clamor populista completamente acrítico que se golpea con los puños en el pecho y acusa a las personas que mantenemos este punto de vista divergente de atacar a Marbella, de no querer a la ciudad, “de no ser de aquí”, cuando precisamente lo que intentamos es ver más allá de cuatro años de periodo electoral y buscar un consenso amplio y mayoritario para dar solución a esos graves problemas estructurales que comprometen seriamente nuestro futuro ante el reto, por ejemplo, de la emergencia que supone el cambio climático.
Disfruto de Marbella en primavera, cuando abruma el olor del azahar, y en otoño, con esos atardeceres inmensos que perfilan a la perfección la silueta de África, del mismo modo en sus inviernos suaves… Y aunque en verano más la padezco que la disfruto, no cambiaría por nada ese instante, a las ocho de la tarde, en La Bajadilla. Y que nos dure.