Siempre he sentido los museos como una puerta. Una puerta que se abre a otros mundos posibles, un futuro imaginado, la visión de la locura, la formalización plástica del sueño, la recopilación de las cicatrices del pasado, el sumatorio de los diferentes vértices del saber, del conocimiento.
Las definiciones que propone la RAE, la Real Academia de La Lengua, hablan de lugares, de edificios, de instituciones para referirse a los museos, pero intuyo que se quedan cortas. La impresión que sugiere esa primera visión del Guernica de Picasso en el Reina Sofía desborda los límites posibles del edificio, del lugar, de la institución, contemplar un cuadro de Monet en el Museo de Orsay en París, la Materia del Tiempo de Richard Serra en el Guggenheim Bilbao o un Pollock en el Moma de Nueva York escapa a todas las definiciones posibles, o la observación de una momia egipcia a través de los mares del tiempo en el British Museum.
Un museo es una puerta, una ventana que permite, que regala y ofrece la posibilidad de contemplar el mundo desde una nueva óptica, desde un nuevo pensamiento. Tanto es así que podría incluso cambiar tu percepción de la realidad. Nadie vio el mundo como Van Gogh o como Dalí o como Da Vinci o Caravaggio o Tapies antes de que ellos nos propusieran aplicar su mirada a sus alrededores, a sus querencias, a sus inquietudes, y a las nuestras.
Pero más allá de los grandes nombres, incontestables, existen otro tipo de museos más pequeños, más modestos, pero que igualmente nos muestran su mirada singular, como la sencillez de los museos etnográficos de tantos municipios de España, que posan su esencia en el pasado, en su herencia, en la historia cotidiana de la vida anterior de sus vecinos y vecinas. Resulta apasionante recuperar esa trayectoria vital tan cercana y tan lejana a un tiempo.
Para que esa apertura de puertas y ventanas sea eficaz, permita entrar esos aires nuevos de cambio, hay que dejar los prejuicios en casa, las inseguridades propias ante algo que quizá no comprendas, y dejarse llevar por los sentimientos y por la emoción. Desde lo magnífico a lo cotidiano, desde lo inmemorial hasta la inmediato, desde la atronadora perfección hasta el boceto de un sueño.
El mejor homenaje que podemos hacerles tal día como hoy es visitar uno, disfrutarlo, abrir esa puerta, esa ventana… El Museo del Grabado Español Contemporáneo, el Museo Ralli, el Cortijo de Miraflores, la Villa Romana de Río Verde o alguna de las múltiples galerías de arte que existen nuestro municipio. Aunque en Marbella, contemplando su pasado, su presente y su futuro, siempre echaré de menos un museo de la ciudad.
Ahora, en este instante cierro los ojos y me traslado al Chillida Leku o al bosque de Oma, a Genalguacil, al pueblo museo del Genal, al CAC en Málaga, a la Casa Museo de Mari Gloria en Monda, a la Tate Modern en Londres, al Thyssen, al Bellas Artes de Bilbao, al Guggenheim…