Me había guarecido del sol bajo un emparrado, a la vera de una cafetería en un polígono de Málaga. Un termómetro marcaba 39 grados de temperatura en el exterior. Terral. Ese viento intenso que traslada el calor con fiereza inusitada, lo remueve y encoleriza, y que transforma la capital y el Guadalhorce en una bomba de calor incendiaria que se agrava y se pega a la piel por culpa de la humedad como una segunda prenda.
Estos son los términos que ya comienzan a ser habituales verano tras verano, si 2022 registró las mayores temperaturas desde que se obtienen las mediciones, 2023 va camino de convertirse en otro año de récord.
Escuchaba en la radio los efectos que el efecto del calor provoca en el estado físico, esos que en mayor o menor medida todos padecemos estos días y que combatimos como podemos o como la sabiduría popular nos exige, pero también hablaban de los efectos psicológicos que provocan estas altas temperaturas asociadas a la humedad.
El calor excesivo puede provocar irritabilidad, apatía, mal humor, confusión, menor capacidad de concentración o de reacción, frustración o reacciones agresivas ante determinados estímulos con un tipo de cansancio que puede volverse patológico.
La emergencia climática es un hecho, una realidad, está ahí. Nuestros hijos e hijas van a tener que convivir con estas temperaturas a lo largo de su vida, temperaturas que como subrayaba antes tienen asociadas determinadas patologías para las personas meteorosensibles y que pueden incidir directamente no solo en el desarrollo de su vida personal, sino también en el desarrollo de la vida en sociedad.
Los negacionistas de la emergencia climática se presentan también a las próximas elecciones del 23 de julio. No es que sean fácilmente detectables, sino que lo hacen sin caretas, a voz en grito y palmadas en el pecho, arrogándose un discurso obtuso, ciego y reaccionario que responde a serie de intereses particulares, frente al bien social común.
Salí del emperrado protector de la cafetería, caminé 100 metros hasta donde se encontraba aparcado el coche mientras el calor me envolvía como una manta, se introducía en mis pulmones, me azotaba la piel, encendí el motor, el termómetro marcaba 42 grados de temperatura, eran las once y cuarto de la mañana.