Nueva realidad

23/09/2020
Hace un par de meses, cuando salíamos del confinamiento (el estado de alarma terminó el 21 de junio), una buena amiga corregía tozudamente las glosas e informaciones oficiales que se empeñaban en llamar a la fase en la que nos tocaba zambullirnos como “nueva normalidad”.  

Ella, como digo, corregía todas y cada una de las veces que escuchaba esa acepción y la confrontaba con “nueva realidad”. Porque, argumentaba, nunca vamos a regresar a la normalidad como la entendíamos antes de marzo de 2020, y a lo que nos enfrentamos es a una nueva realidad compleja, difícil, plagada de protocolos y normativas y en la que no acabamos de encajar la vida en todas sus aristas.

Nos hemos enfrentado a la coerción de nuestra libertad hasta sus términos más absolutos en democracia: no poder salir de nuestro hogar. Nos hemos enfrentado a una vuelta al cole preñada de miedos y de retales de ciencia ficción: nuestros hijos e hijas con mascarillas, mamparas, kits covid, clases virtuales. Hemos incorporado a nuestro lenguaje palabras que podrían formar parte de una tesis científica en febrero o enero de este año: pruebas serológicas, PCRs, EPIs. Hemos incluido en nuestras conversaciones cotidianas terminología laboral que antes eran rara avis: ERTEs, EREs.

Nada de todo esto es normal, nada de todo esto nos lleva a una nueva normalidad. Si desde el comienzo le daba la razón a mi amiga, ahora con más tesón si cabe, porque regresas a la normalidad cuando ese espacio al que vuelves es eso, normal. Y la imagen que nos devuelve el espejo no lo es.

Y esto entraña un peligro de primer orden, porque si asumimos que la normalidad es esto, si implantamos a nuestros quehaceres cotidianos los protocolos de seguridad e higiene como un mecanismo más de la vida, asumimos que se nos puede privar de la libertad en cualquier momento, aceptamos permanecer cinco horas en un aulario con mascarillas, si admitimos esta nueva realidad como una normalidad nueva, el covid 19 nos vencerá.

Porque es necesario, obligado, adoptar estas medidas para ganar la batalla sanitaria contra la pandemia, pero hemos de rebelarnos contra sus secuelas sociales y económicas, contra sus efectos perversos, no admitir que lo normal sea esta imagen que la calle nos depara desde hace meses, una imagen amorfa, distópica, de la vida disociada.

Tenemos que vencer las consecuencias, tenemos que doblegar las cicatrices del miedo para que la nueva realidad sea lo más parecida a lo que recordamos antes del mes de marzo.
 
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