Recuerdo un amanecer. El sol despuntaba muy tímido aún por levante y teñía de leves anaranjados las cimas de las colinas próximas. Me dolía la espalda después de tantas horas en pie y los pies eran un latido permanente. Me descalcé, me senté en la terraza, un bocadillo rápido y una botella de agua fresca al coleto. Se escuchaban aún idas y venidas, trasiegos de gentes que se recogían, algunos cánticos… En los oídos aún vibraba el diapasón de la música, como si aún estuviera bajo la potencia del enorme altavoz. Me temblaba el pecho y zumbaba la cabeza. Cerré los ojos, dejé que la brisa ligera del amanecer me acariciara el rostro y sonreí.
Esto fue OJEANDO Festival 2015. Desde 2008 había colaborado estrechamente con el festival y esa edición, desconocía iba a ser la última para mí, excepto una breve colaboración en 2017 para celebrar su décimo aniversario. Desde ahora participaría de OJEANDO Festival desde otro lugar, desde un punto de vista diferente, con otras sensaciones. Compromisos profesionales me alejaban de este evento que durante tanto tiempo había formado parte de mi vida hasta el tuétano.
Reposaba los pies sobre el alféizar de la ventana y recordaba algunos de esos momentos que uno guarda en la memoria para siempre. La tormenta previa al concierto de Los Planetas, el último concierto de Supersubmarina, cómo vibraban los cristales que rodeaban el Escenario Patio con Triángulo de Amor Bizarro, el concierto acústico de Xoel en las Cuevas (aquellas caras), Belako desatados, un Columpio Asesino en estado de gracia, o cerrar el Escenario Plaza con los ya amigos de Bud Spencer Band. Esas cosas. Las dificultades, la lucha, la batalla de las cosas pequeñas, el desafío de las cosas grandes, quedaban olvidadas. Solo el latido de los pies y la sonrisa en el rostro.
Siempre he dicho que OJEANDO Festival era un locura. En 2008 apostar por un evento de música indie nacional, malagueña y andaluza suponía asumir un riesgo serio. Pero había una escena de altísima calidad que pedía un escenario y OJEANDO apostó por ello con el Ayuntamiento de Ojén al frente. Ahora el mercado ha cambiado y los festivales son un recurso más dentro de las programaciones de los municipios.
Pero hay festivales en los que aún perdura esa esencia que nos permite habitar una experiencia más allá de la música, que permite difundir la vanguardia musical entre los callejones y las paredes encaladas, entre las macetas de flores, deambular de un escenario a otro y tomar una tapa en un bar o cruzarte con uno de los artistas fuera de las tablas. OJEANDO es así, un festival en el que los escenarios son el patio del colegio, la plaza del pueblo, unas cuevas, un molino convertido en museo o la piscina municipal. Y lo mejor ha sido siempre la naturalidad con la que todo encaja, la naturalidad con la que todo encaja.
Después de dos años de pandemia regresa OJEANDO Festival. La cita 1 y 2 de julio, el cartel un lujo. La experiencia, única.