El olentzero es un mito moderno, la renovación de una idea antigua que nacía en el paganismo del solsticio de invierno y de la que el cristianismo se fue apropiando hasta transmutarla en un elemento más de su iconografía.
En Euskadi y Navarra, su figura, desde entrado el siglo XX, se representa en la imagen de un carbonero de buen yantar y oronda tripa, tiznado siempre el rostro de las trazas de carbón, ataviado con ropas de trabajo tradicionales y un gran saco al hombro, preceptiva barba y consabida txapela. Olentzero, llega, después de la fagotización cristiana, el día 24 de diciembre para traer carbón al recién nacido con el que calentar la fría noche de su nacimiento, y por ende, regalos a los niños y niñas vascos y navarros.
En estos viajes de ida y venida desde mi patria chica en Barakaldo hasta mi paria actual en Marbella, donde nunca sé muy bien si vuelvo, voy o regreso, Olentzero, su figura, su mito, me ha acompañado siempre, como ahora acompaña a mi hija Daniela, nacida marbellera y consagrada por sí misma como “andavas”, mitad andaluza, mitad vasca, como ha decidido autonominarse. Olentzero reside desde hace casi diez años, también en nuestras navidades en Marbella.
Estos tiempos un tanto oscuros, donde se esgrime la pureza de la sangre y una historiografía basada en la derrota del otro y la conquista de un mito nacional único, grande y libre, son el instante preciso en el que debemos esgrimir que la diferencia es el motor que nos alimenta, la que humaniza y enriquece la sociedad, la que nos impulsa hacia el futuro, y que todo lo demás son pasos retrógrados hacia la involución.
La multiculturalidad es un valor a defender, la plurinacionalidad, una realidad con la que convivir en armonía, la empatía, el mejor de los ejercicios para crecer... Todo lo demás, un terreno yermo donde nada crecerá jamás, si no es el odio o el huevo de la serpiente.
La mitología vasca, presente en el relato de mi vida de una manera natural también forma parte del imaginario de mi hija “andavas”, que sitúa a las figuras del Basajaun o las lamias o la diosa Mari o del Ttarttalo en aquellos escenarios que ella considera más cercanos y propios, esto es la ermita de Los Monjes, el olivar de Juanar, los llanos de Puzla o Puerto Rico Bajo, sin que, hasta ahora, se haya abierto el cielo y hayan llovido sobre su cabeza rayos divinos fulminadores. Todo lo contrario, el mito cobra una nueva vida, enriquecida, alejada de su pureza.
Por eso, el día 24 de diciembre por la noche, Olentzero dejará sus montañas bizkainas, por un instante de desviará del camino de Lesaka o de Mungia, donde se sitúan dos de sus casas, y en un viaje mágico de 1000 kilómetros de distancia, depositará algún presente a esta niña “andavas”, en la que lo más próximo y lo más lejano se dan la mano siempre y de manera permanente.
Ongi etorri Marbellara, Olentzero, beti ongi etorri.