“El Gobierno de Canarias suspende las clases por las altas temperaturas en todo el Archipiélago - La medida se aplicará a todos los niveles educativos no universitarios este miércoles y viernes”. Nos despertábamos esta mañana con esta noticia de tintes apocalípticos pero abrumadoramente reales.
Alerta máxima por calor, alerta máxima por riesgo de incendios, todo esto metidos ya en un otoñal mes de octubre como colofón al verano que ha sumado las temperaturas más altas desde que existen registros.
De modo mucho más prosaico y familiar, el pasado fin de semana, diez y media de la noche, me asomé a nuestro balcón sobre la calle Serenata y pensé aliviado que por fin hacía fresco. Miré el termómetro. Indicaba 23 grados. Cuando asumimos como tiempo fresco esta temperatura es que el termostato interno de nuestro alrededor y de nuestro cuerpo se ha descompensado de manera quizá irreparable.
Si a estas temperaturas anómalas se les suma la sequía que todo lo agosta, componemos un puzle abrumador.
Hace unos días, reunidos con empresarios del sector olivarero, nos decían que si el problema de la sequía no se ataja ya, de manera inminente, puede pasar que en ochenta años Andalucía ya no sea capaz de producir aceite. El olivo, un árbol milenario adaptado a la falta de agua, a los terrenos secos y al clima Mediterráneo.
Más allá de las certezas científicas, que nos avisaron del cambio climático hace décadas y que nos alertan desde hace años de la emergencia climática, los habitantes del entorno podemos comprobar ya a través de nuestra piel, esos efectos dramáticos en los pequeños detalles de la vida cotidiana. El campo seco bajo nuestros pies, el mar aún cálido a mediados de octubre, las temperaturas nocturnas que no rematan su descenso, los ventiladores en las casas todavía a medio rendimiento.
Las ciudades, fuera de los compromisos internacionales, pueden tomar medidas para paliar estos efectos de la emergencia climática. Peatonalizar más calles, aumentar la masa arbórea, reducir el tráfico particular, aumentar y mejorar el transporte público, fomentar los aparcamientos disuasorios fuera de los centros urbanos, aumentar las Zonas de Bajas Emisiones…
Mientras tanto, seguiremos contemplando en redes sociales la irresponsabilidad de tantas gentes posteando fotografías de las playas de nuestra ciudad, añadiendo el día (11 de octubre), la temperatura (25 grados) y el eslogan “estamos en el paraíso”, como si estos síntomas no fueran la antesala de algo mucho peor.