Perfume de chimenea

09/02/2022
El latido de los pueblos pequeños se sitúa en otro lugar muy diferente que el de las ciudades. Cuando llegué a Ojén en 2006, era diciembre, me asombró el intenso perfume a brasa de chimenea que todo lo impregnaba, un olor atávico que me llevó a un pasado remoto donde el fuego formaba parte de la esencia de la vida. Sus calles estrechas, de nombres referentes a la vida cotidiana, su silencio, las montañas recortadas contra el cielo, más allá, el espejeo del mar.

El pulso, el ritmo, también es distinto y se coloca más próximo a lo importante que a lo urgente, esa ha sido siempre mi sensación. He disfrutado, en las noches de verano, de sentarme con Antonia en el depósito de agua y contemplar el caserío apretado bajo nuestra mirada, algunas voces a la fresca y el titilar de las luces de los barcos a lo lejos, de ida o de vuelta del Atlántico a través del Estrecho de Gibraltar.

Las tradiciones imborrables, que se remontan allende los tiempos y hunden su simbolismo en la historia, en la cultura popular y que, a pesar del paso de las décadas y del cambio en las costumbres, aún mantienen su esencia asociada a lo cotidiano. Desde las romerías hasta los bailes propios, desde su gastronomía hasta sus fiestas populares. Todo trae consigo el peso de la tradición que por un lado constriñe y por otro, indispensable, sustenta y lo hace pervivir.

El sentimiento de pertenencia y de orgullo local, como símbolo de distinción, que hace buscar en la colectividad el socorro mutuo, la ayuda, la colaboración desinteresada. De ahí que las actividades que se organizan cuenten con el soporte insustituible de un nutrido grupo de voluntarios y voluntarias que hacen de los eventos causa propia.

Son los reductos que aún guardan la parte troncal de nuestro pasado, preservadores de la etnografía, el lugar de dónde venimos, nuestra socialización primigenia, quizá donde residen las respuestas que nos permitirán afrontar el futuro con garantías.

Porque el latido de las ciudades se halla en otro lugar, en otra posición diferente. En un bombeo permanente asentado en el crecimiento, que bebe de él como única fuente, como criterio único. Apenas en sus cascos antiguos, en los corazones de su primera población, en los centros históricos es donde se alojan todas estas emociones, quizá en algunos barrios con arraigado sentimiento de pertenencia, pero la gentrificación está terminando también con este reducto último de esencia, donde cada vez vive menos gente y los pobladores locales comienzan a ser rara avis, sustituidos en consumidores en cadena, sustituibles, visitantes que en muy pocas ocasiones serán capaces de ver la esencia última de la ciudad que visitan, pareciéndose, cada vez más las unas a las otras y las otras a las unas.

Hace un par de noches, caminaba con mi hija Daniela por la calle Lobatas, Casco Antiguo de Marbella, y un perfume intenso y penetrante nos confundió, nos costó identificarlo. Era el olor de una brasa prendida, de una chimenea prendida.



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