Dejaba agostada esta columna hace algo más de un mes, entre el tráfago bullanguero de las elecciones y sus inciertos futuros y el anhelo de unas vacaciones que aún tardarían en llegar.
Cumplidas, tímidamente, las promesas de reposo, descanso y desconexión, regresamos al frente laboral de nuevo en una situación de parada cardiaca técnica en lo que se refiere a los procesos electorales, un tanto cochambroso en lo físico con dolencias antiguas que regresan y nuevas que aparecen y un poco arrumbado en lo emocional propiciando cambios a la espera de mejorar.
Huiré por tanto de los manuales de autoayuda y de los consejos de algunos pseudoexpertos a los que se les da demasiada voz, de los vacuos optimismos de falsas promesas y de propósitos de enmienda que incumpliré sistemáticamente con la consiguiente frustración para afrontar el nuevo curso pegado al realismo, a la fina línea que en la que se decanta y mueve la vida.
No seré entonces el que se ponga metas trascendentales de recorrido histórico, apelaré al recorrido corto, al paso paso, al poliki-poliki (esa expresión que en euskera significa despacio, muy despacio, poco a poco), desde la tranquilidad y el desapego por algunas cosas para centrar el tiro en otras, “no siempre lo urgente es lo importante”, Fito Cabrales dixit. Todo ello con la esperanza de crecer de manera sostenible en lo personal, en lo humano, en lo emocional y en lo laboral.
Crecer de manera sostenible, poliki-poliki.