La diligencia en el incumplimiento de los propósitos de año nuevo es directamente proporcional a la entereza con la que los afrontamos. A mayor ímpetu, mayor índice de derrota.
Me decía mi psicóloga que es fundamental proyectar a futuro unos propósitos que sean realizables, asequibles, a los que podamos llegar, con esfuerzo, sí, pero llegar, porque de lo contrario el deseo encalla en la frustración y el ímpetu se transforma en desgana, así que ha de construirse el futuro ideal con el andar de cada día, y con cada paso, poder aspirar a algo mejor. En contra de la sensación un tanto pesimista que esta idea puede provocar en los optimistas antropológicos, que decía aquel, la recomendación es una apuesta cabal. Muchos de los lectores de este artículo a una o dos semanas de comenzar el año, habrán abandonado ya uno o dos de los magnos propósitos de 2019 a los que se habían aferrado con uñas y dientes con el objetivo baldío de mejorar su vida.
Procrastinar es un verbo antiguo que en los últimos tiempos ha tomado relevancia, hasta el punto de que la Fundéu lo había incluido en sus palabras finalistas para 2018. La procrastinación es la bestia negra de los propósitos de año nuevo, y se resume en la alteración de un refrán tradicional como “Deja para mañana lo que puedas hacer hoy”, y se engarza en este asunto del incumplimiento de los propósitos de año nuevo como anillo al dedo, así que, para evitar dejarme invadir por la procrastinación, de la que por otra parte soy militante asiduo desde tiempos de juventud, me he propuesto caminar despacio, al ritmo que me marca la teoría de mi psicóloga y añadir tres o cuatro escalones a los propósitos de 2019. Tres o cuatro. Cinco. Asumibles.
Uno. Querer mejor, quizá no más, porque la cantidad resulta indiferente en este caso, pero no así la calidad, que me empeñaré sea más imperecedera, más resuelta, más sin ambages y con mayor dedicación. Mejor.
Dos. Dar un paso más allá en mi compromiso ideológico. No se puede impeler a la movilización ciudadana para temas radicales como el feminismo, la educación pública de calidad, la sanidad universal y gratuita, la sostenibilidad en el modelo turístico o la justicia social y no dar uno mismo el paso. Caminar.
Tres. Dejarme llevar por Marbella, que la ciudad me traiga y me lleve, que se me aparezca en un resquicio, a través de un perfume, o de un rayo de luz, o del rielar del sol sobre el mar. Quitarle el velo que el día a día impone.
Cuatro. Releer la carpeta de proyectos. Reubicarlos en tiempo, modo y forma, eliminar los obsoletos, apostar por los novedosos, reconfigurar los aprovechables.
Cinco. Avanzar en “El otro camino”, tercer libro de poesía, continuar en la senda abierta por “Las Estaciones y los días” que este año celebrará su 15º aniversario. Edificar ese puzle tan personal, particular en el que se transforman las palabras.
Cinco. Asumibles.
Tras todos ellos, en el trasfondo último de esta intención, está el deseo íntimo de reconectar, porque este 2018 ha sido un año fallido en la reconexión. No he llegado, no he sabido o podido resituarme en el mundo. Y esa intención es más un escalón que un peldaño.
Y vaya como nota. Más conciertos, más museos, más obras de teatro. Y adelgazar, claro.