Profesores y profesoras

26/06/2019
Ahora que termina el curso escolar, cuando las vibraciones de los alumnos y alumnas ya no habitan los muros de los colegios y una vida más sosegada, casi espiritual, recorre los pasillos de los centros educativos es un buen momento para hablar de la importancia de aquellos educadores y educadoras que nos marcaron y contribuyeron con su aportación, más allá de la docencia, a ser lo que ahora somos, porque fuera de la impartición de las materias existe el poso humano, la creación de empatías y sinergias que se forjan a determinada edad entre profesorado y alumnado y nos acompañan para siempre.  

Por eso, cuando ayer recogía las notas de Daniela, segundo de primaria, charlaba con su seño Mariluz de la importancia de transmitir valores en la docencia, esas cosas que los permanentemente ofendidos tildan de demagogias, sandeces, etc. Trabajar el compañerismo, la solidaridad, la sostenibilidad y la preocupación por el medio ambiente, la atención a la diversidad, la gestión de las emociones propias y la repercusión en las de terceros, ese material intangible de los sentimientos que nos permite crecer.

Decía un compañero periodista hace años que las familias firmamos un contrato moral con el profesorado, que dejamos a nuestros hijos e hijas en sus manos durante seis horas, al menos, al día, que pasan en su compañía mucho más tiempo que con nosotros. De ahí que esa transmisión de valores éticos sea tan importante.

La memoria selectiva ha hecho que los rostros de algunos profesores y profesoras se desdibujen, borren sus facciones en mi memoria, y por el contrario, aquellos y aquellas que marcaron mi devenir infantil y adolescente, brillen en los hitos del pasado con el fulgor vivo del presente.

No sé si ahora sería poeta sin la influencia de Margot, o un apasionado de la literatura y de la lectura sin que Blanca incidiera sutil sobre el particular. No sé si me cuestionaría el mundo como me lo cuestiono sin que Gabi abriera en canal el pensamiento de nuestra generación. Sin el contacto con Armando, Esther, Uría, Garbiñe, Carlos. Forman parte de una etapa troncal de mi vida, como más tarde, en la universidad lo fueron Gotzon o Perico Ibarra o Mingolarra.

Porque, reitero, que más allá del aprendizaje de la poesía del romanticismo, o del mito de la Caverna, aquellas voces aún resuenan en mi interior como un diapasón que marca las pautas de mi vida después de tanto tiempo.

Por eso, ahora que las aulas están expeditas, que el silencio ocupa el vacío dejado por los alumnos y las alumnas, os invito a hacer una reflexión sobre el papel que aquella profe, que aquel profe, jugó en nuestra vida, como un subrayado sutil en nuestro pasado que continúa a nuestro presente, una fina línea de sombra, un eco que llega hasta hoy.

Margot, Gabi, Blanca. Gracias. Por todo. 
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