Casi todos los años, en este época, cuando el año va rematando sus días, claudicando, es tendencia hacer listas de lo mejor y de lo peor, y asimismo proyectar a futuro toda aquella ristra de propósitos que estamos dispuestos a incumplir a la mínima de cambio, aunque ahora, en este instante, en este momento, creamos en nuestra voluntad como fuerza divina que nos llevará allí hasta donde nos hemos propuesto llegar.
Yo también he caído muchas veces en este engaño colectivo, en este artefacto psicológico que nos permite autoconvencernos un poco más allá, un poco más de tiempo y creer que las metas propuestas son accesibles.
Pero este año voy a redactar una lista con un solo punto, un solo ítem: reconectar.
Con el paso del tiempo siento que cada vez me cuesta más conjugar este verbo, hacerlo real, visible, palpable, que la transición entre desconectar y reconectar se hace más exigente, más difícil, más complicada. Y en mi caso, no entiendo la una sin la otra.
Desarmar el dispositivo cerebral que nos mantiene conectados al día a día, al estrés, a la inmediatez, a la agenda laboral resulta complicado. Desarmar cada una de las capas que nos atan y que nos subyugan. Cuando se es niño la transición entre la obligación y el ocio es casi inmediato, casi instantáneo, apenas un parpadeo. Sin embargo esa inmediatez se prolonga, se dilata cada vez más en el tiempo cuando crecemos.
Así que, para lograr el propósito de reconectar, con la vida, con la amistad, con cierta despreocupación, con la alegría, quizá deba comenzar por ir desmontando desde ya, desde ahora mismo, sin demoras, este artefacto del estrés y la ansiedad que nos doblega en lo cotidiano.
Vaya aquí pues mi lista de punto único para el año 2022: reconectar.
Reconectar con la vida, con la amistad, con cierta despreocupación, con la alegría.
Hasta el año que viene.