Reiniciar. Cada curso nos empeñamos en reiniciar, en reiniciarnos en la vida, en el amor, en los cuidados, en los emprendimientos varios, en los retos vitales y en los veniales, como si fuéramos una persona nueva, surgida, resurgida, de nuestras propias cenizas tras un proceso de abandono al descanso vacacional, como si los problemas más o menos acuciantes hubieran desaparecido de algún modo cuando, en realidad, sólo han hecho una pausa y están ahí, inasequibles al desaliento, para saludarnos de nuevo en este proceso nuestro, tan voluntarioso, del reinicio, de reiniciarnos.
Así que, cuando regresamos al tráfago cotidiano nos enfrentamos, reenfentramos, a los monstruos que habíamos dejado aparcados. No saludan cortésmente y se incorporan, reincorporan, a nuestra vida.
Mientras, con afán renovado y gran denuedo insistimos en apuntarnos a pilates, a teatro, una hora más de gimnasio, las clases olvidades de inglés, el régimen (demasiado laxo en estos meses estivales, por no decir que nos hemos puesto de grana y oro) y con ellos combatir lo que habíamos dejado atrás, a encontrarnos, reencontrarnos, con ellos, con los monstruos.
En ocasiones, ese afán de renovación se mantiene más allá del plazo de las navidades y lo que comenzó como una buena intención, un buen propósito, se transforma en un hábito constante y saludable, intenso, que se incluye en nuestra vida como ese algo más, valor añadido dicen los estadistas, que aporta un sabor nuevo al día a día.
Reiniciar. Tengo la voluntad de ser una persona de acción, más que activa, de tomar decisiones, buscar soluciones, así que este mes ya me he puesto a ello con la esperanza de incluir en mi vida el impulso que me ayude a reiniciar y con ello a reconectar con esos nexos rotos hace tiempo, deshilachados quizá sea más apropiado, que forman parte del sostén, de la red que me permitirá, a eso aspiro, a encontrarme mejor en este inicio, reinicio, del curso vital.