Quizá porque me pone frente a mis contradicciones, mi pensamiento troncal acerca de lo divino, de lo humano y su representación en la tierra, pero es cierto que una emoción cuyo tipo no acierto a definir me recorre por dentro cuando asisto a la comunión colectiva que suponen las procesiones festivas de este sur que me acoge y me abraza.
Así, este fin de semana pasado acudí una vez más a la procesión de San Dionisio de Ojén, que este año estrenaba imagen tras ser restaurada y recogida la original después de una rotura fortuita acontecida en su día grande de 2019.
Y siento un pellizco particular que mi alma de ateo incorruptible advierte como un elemento extraño. Tras el paso de los años he querido creer que es la luz, el color, la algarabía y la creencia de los otros los que hacen conectarme con el hecho procesional.
Veo los colores en los trajes de ellas, las vueltas y revueltas de sus volantes al sol de la mañana de octubre, las flores recogidas en el pelo, y una actitud de gallardía y orgullo en su paso. Reinas y Damas. Así igual en ellos, elegancia y trajes recogidos, este año predominaban los tonos claros. Y los uniformes de gala en el resto de instituciones representadas.
Luego están Los Tomilleros, esos hombres de trono responsables de encajar a San Dionisio en las intrincadas curvas de la calle La Fuente, de elevarlo a las alturas antes de su recogida, de maniobrar para entrarlo de nuevo en la iglesia de la Encarnación entre vítores y aplausos, de procesionarle a toque de campana por el recorrido circular en las calles ojenetas. El paso lento, las paradas en los puntos estratégicos, el reparto del peso y de la carga, algún quejido, los gritos de advertencia, los de ánimo.
Y luego el contraste de la sobriedad y de la fiestas, la sobriedad de las paredes encaladas y la fiesta de color en los trajes de gitana del séquito que acompaña la imagen, entre el silencio del santo que mira perpetuamente al horizonte con su testa entre las manos y la música de la banda que le acompaña entre vientos y percusiones.
El público, vecinos y vecinas, visitantes, que acompañan la procesión desde las aceras. Los extranjeros y extranjeras que miran con ojos nuevos esta tradición centenaria.
Acompaño la procesión, charlo con las autoridades, con amigos, amigas, saco algunas fotos, garabateo un apunte o dos, alguna idea, miro de reojo a San Dionisio, me posiciono en este o aquel punto para contemplar mejor su paso. Adelanto la comitiva, me retraso. Contemplo al santo recortado contra el Mediterráneo allá abajo.
La luz, el color, las flores, los trajes…
Mi espíritu, mi alma atea, dan un respingo, ha vuelto a pasar, lo ha vuelto a hacer.