Tuve una novia que nunca había visto una vaca. Era a finales de los noventa. Frisábamos la veintena. Más allá de la perplejidad o de la hilaridad primera que me provocó aquella afirmación, aquella negación, cuando vio una conmigo por primera vez, más allá de eso, la situación fue un ejemplo de los alejados que estamos de lo rural, del campo, de sus medios y condiciones de producción.
Este hecho resulta paradójico, el distanciamiento, porque hablamos, como apuntaba Toni Valero, diputado por Sumar, estos días de algo tan básico como nuestra alimentación.
No hay economía que resista los siguientes datos, ni hacia un lado, ni hacia otro. Ni hacia el productor, ni hacia el consumidor.
Al agricultor le compran el limón a 0,20 e/Kg y el precio final alcanza los 9,80 e/Kg, una subida del 880%. El ajo se paga en origen a 1,18 e/kg mientras que el consumidor lo compra por 5,56 e/Kg, una diferencia del 456%, la patata se paga en origen 0,32 e/Kg y el consumidor lo adquiere a 5,72 situándose la diferencia en el 472%.
Y así podríamos seguir con la acelga que acumula una diferencia del 402%, el brócoli alcanza el 428%, la lechuga el 471%, la naranja el 426% y el plátano el 733% por citar algunos ejemplos.
El problema se sitúa de nuevo en que el campo es un sector estratégico y los fondos de inversión, como ocurre con la vivienda, han visto en el rural un activo de negocio más con el que mercadear, dejando a los productores y productoras que trabajan sus propias explotaciones con la soga al cuello y a los consumidores, al arbitrio de unos precios impuestos por la competencia y por el mercado.
Quizá de todos los sectores productivos el primario sea el único realmente esencial. Sin embargo, para la sociedad del siglo XXI, profundamente urbanita, nos resulta un gran desconocido.
Por eso, estos días con las protestas de las gentes del campo abriendo los telediarios, afinando bien el oído, podamos extraer conclusiones interesante sobre cómo se transforman las materias primas desde su origen hasta llegar a nuestro hogar, y a partir de ahí, modificar algunos de nuestros hábitos de consumo para fortalecer la economía básica de aquellos y trabajadores y trabajadoras que nos dan de comer.