Ha llovido. Pero el campo clama sed aún. Ha llovido, pero no lo suficiente. Nunca lo suficiente. La sequía hace tiempo que no es un problema coyuntural asociado a una época del año, un problema meteorológico, por ausencia, que solucionar durante los meses del estío, donde el sol y la falta de lluvias imperan. La sequía es ya una crisis hídrica.
La sequía se ha transformado en un problema estructural que, como tal, requiere de medidas estructurales para paliar, frenar, amortiguar sus efectos.
No hay remedios mágicos como el visto en las últimas semanas ‘Juanma Moreno le pedirá al Papa "que interceda ante quien sea oportuno" para que llueva en Andalucía’, titular literal de un medio de comunicación nacional, ni soluciones cortoplacistas ‘Juanma Moreno ya descarta que este verano se tenga que traer agua en barcos a Málaga’, a lo que cabría añadir, amén.
Se hace necesaria una visión a medio y largo plazo ya que “la escasez de agua ha venido para quedarse, por ello se exigen adaptaciones, especialmente en el sector primario, pero también en el sector turístico, para reducir el consumo intensivo de agua y realizar un consumo en función de la oferta realmente existente y no de la demanda” como apuntaba el diputado malagueño por Sumar, Toni Valero.
Más allá de los efectos visibles de la sequía, nos enfrentamos a un problema de índole y calado mayor, la planificación democrática de los usos del agua y hay que hacerlo “mediante el diálogo social y ciudadana, para que no lleguemos a la guerra del agua”, como apuntaba la Coordinadora Provincial de IU, Toni Morillas en el último Foro del Día Mundial del Agua.
“Las instituciones públicas tienen la obligación de una planificación democrática del agua, partiendo de tres premisas: el derecho humano al agua y garantizar los criterios sociales en su uso, garantizar los costes de su producción y que hay que apostar por un consumo responsable, de modo que quien más consuma tenga que incrementar las acciones e inversiones”, Morillas dixit.
Aviso para navegantes, aquellos que ya el lunes planteaban el futuro de este verano como si la sequía no hubiera existido hace apenas quince días, como si la lluvia de Semana Santa se asemejara al maná caído del cielo, quizá Papa Benedicto mediante, como si el olvido y el cortoplacismo fueran las únicas herramientas para paliar la crisis hídrica que volverá, seguro, en menos de un mes sin lluvias.
Observo el cielo azul rotundo, sólido, sin fisuras. Contemplo cómo el sol hiende las sombras tal cual un cuchillo afilado. Y pienso en el verano que vendrá.