Hace años que no sé si sigo siendo periodista o no, mejor aún, me cuestiono de manera permanente con la pregunta ¿qué es, qué significa ser periodista?
Días atrás, a colación del santo devocionario patrón de la profesión escribía unas líneas en Facebook a cuenta de la situación actual del periodismo. No eran reflexiones nuevas, pero encajaban en el momento actual de la profesión como si lo fueran. Decían así.
“Hoy es el #DiaDelPeriodista y no sé muy bien qué pensar del momento actual de mi profesión, castigada por la precariedad (y todo lo que conlleva), presa de la urgencia, fagotizada por el espectáculo, aún sin atreverse a dar el paso definitivo a lo digital...
...asediada por las fake news y el mal llamado periodismo ciudadano, castigada por el intrusismo, atomizada para sus reivindicaciones, fuertemente desprestigiada (a veces, con razón), corporativista y autocrítica a un tiempo, tantas veces cínica...
Hace unos meses el hijo de una amiga mía me preguntaba por la profesión, quería estudiar periodismo... Y yo le dije que pese a todo, pese al estigma, pese los problemas estructurales y coyunturales, pese a la precariedad... Yo lo estudiaría otra vez.
No querría ni sabría hacer otra cosa.
Sus primeras notas han sido excelentes”.
Hace apenas un año, La Opinión de Málaga despedía a nueve compañeros y compañeras. Este lunes me comunican el cierre de la Delegación de SUR en Marbella y el despido de tres compañeras más. Ayer el nuevo gobierno de Boris Johnson en Londres pretendía imponer el derecho de admisión de periodistas en sus ruedas de prensa. Y el sentido de la democracia que Trump infiere a la comunicación ya conocemos cuál es.
Hace más de una década, en Bilbao, la tele hermana a la que trabajaba contaba con quince profesionales y de entre los quince, nueve tipos de contratos diferentes. En aquellos momentos coqueteé por primera vez con la idea de afiliarme a un sindicato y me enviaron a la federación de Transportes, porque así se consideraba la comunicación, un transporte. Antes aún de eso, 1998, acudí con mi amiga y compañera de batallas mil, Cristina, a la primera convención de periodistas de España celebrada en Cádiz, la diagnosis del estado de la profesión era muy similar a la actual: atomización, precarización, falta de estructuras corporativas sólidas desde las que volcar las defensas o promulgar las situaciones de desamparo que muchos compañeros y compañeras padecían. Se exigía la creación de un convenio marco. La anterior convención también se había celebrado en Cádiz, en 1912. Los profesionales de la comunicación no sabíamos o no podíamos comunicar qué nos ocurría, qué le ocurría a este trabajo, a este oficio.
Esta reflexión no es producto del ombliguismo, ni desea encerrar una visión corporativa de mi trabajo. Esta reflexión pretende ser una llamada de alerta.
La precarización de la profesión periodística se traduce en una precarización de la calidad democrática de una sociedad, cuantas más voces silenciadas, menos luces se proyectarán sobre las sombras, cuantos más medios cerrados, mayor estandarización de las opiniones, cuantos más periodistas en la calle, menos preguntas en las salas de prensa, cuanta mayor información institucional, menor pensamiento crítico.
¿Queremos una sociedad plural y libre? ¿O una sociedad opaca y silenciada? Esto no va de periodismo, va de democracia.