Una de las armas preferidas que los opinadores de postín arrojan sobre la faz de cualquier interlocutor que se ponga a tiro, preferiblemente de posición ideológica contraria/opuesta a la suya, es aquel milagroso “Ya sabía yo” o aquel “Ya te lo dije” que pone a cada uno en su lugar y a cada cual en su sitio, un conocimiento superlativo y omnímodo de la realidad que les transforma en seres superiores en conocimiento y sabiduría.
Mal que les pese, ese “Ya sabía yo”, ese “Ya te lo dije” tienen, en demasiadas ocasiones, un nombre: sesgo retrospectivo.
Se conoce como “sesgo retrospectivo” o “prejuicio de retrospectiva” al sesgo cognitivo “que sucede cuando, una vez que se sabe lo que ha ocurrido, se tiende a modificar el recuerdo de la opinión previa a que ocurrieran los hechos, en favor del resultado final”.
Así que, queridos opinadores de postín, lo vuestro puede no ser un don divino insuflado por las altas esferas, por una varita mágica de conocimiento sumo, sino un sesgo cognitivo más, que no solo nos hace modificar el recuerdo, sino que es capaz de crear un falso recuerdo en el que los individuos piensan que sabían la solución antes de que esta ocurriera.
Durante el desarrollo de esta crisis estamos asistiendo a casos de sesgo retrospectivo dignos de estudio. Personas que son capaces de decir lo mismo y lo contrario en apenas unos días, de opinar lo mismo y lo contrario, según la pandemia haya tomado un derrotero u otro. Sin despeinarse. Y esto ocurre en las grandes ligas y en las ligas menores, es decir, en los opinadores de salón, wasap y barra de bar, y en los telepredicadores, radiopredicadores y diariopredicadores, por no hablar de las redes sociales, terreno abonado al sesgo desde su génesis.
Tengo una pelea personal histórica contra el sesgo retrospectivo.
Las decisiones se toman en un momento, tiempo y lugar concretos y responden a las razones de ese momento, tiempo y lugar concretos. No pueden ser juzgadas desde el futuro, sino desde aquel presente. Los “Ya sabía yo”, los “Ya te lo dije”, son armas psicológicas cargadas de sinrazón y ausentes, totalmente, de empatía. ¿Nos equivocamos? Claro ¿Acertamos? Claro, al 50%. Pero la evaluación que hagamos de aquellas decisiones y oportunidades no puede realizarse cuando ya sabemos qué ha pasado, qué ha ocurrido. ¡Por supuesto que hubiéramos tomado otra dirección si fuéramos capaces de predecir el futuro! Pero no, no somos capaces.
Así que, a todas aquellas personas que desde los meses de enero y febrero ya sabían qué iba a ocurrir, ya sabían qué medidas se debían tomar, qué consecuencias económicas, psicológicas y sociales iba a tener el decreto del Estado de Alarma, les pediría que revisaran sus interminables cadenas de wasap, sus publicaciones en redes sociales, sus conversaciones telefónicas… Quizá se lleven una sorpresa.