Existe un odio visceral que se escupe. Un odio que se masca, se deglute y se regurgita. Un odio casi físico, corpóreo, sustancial, que cobra forma. Un odio que apunta al objetivo, que señala, que indica. Un odio plúmbeo, con peso, espeso.
Sobre las cenizas que deja atrás nada se puede construir, nada. El odio siempre es destructor, su sentido último es prevalecer frente a terceros ejerciendo el poder y, normalmente, la furia.
El odio resta.
Siempre he preferido la suma como forma de entender el mundo y la vida, como forma de relacionarse, como forma de construir. Sumar implica escucha activa y empatía, contradicción y complementariedad, cesión y ganancia, socorro mutuo y solidaridad. Predisposición a integrar y a integrarse. Implica contexto y entendimiento.
Frente al odio solo cabe la suma.
La voluntad de sumar requiere esfuerzo y tiempo, requiere poso. Requiere energía, energía en positivo y cierta dosis de alegría y de utopía, porqué no, también de ingenuidad. Frente a plomo del odio, la volatilidad de la suma.
Sumar opiniones e ideas requiere tejer alianzas y, para ello, buscar el entendimiento entre diferentes y en ese ejercicio una tarea de aprendizaje que nos hace más fuertes porque nos permite ver el mundo a través de los ojos de los demás y así comprenderlo.
Cuando sumamos, enraizamos las ideas, fertilizamos un suelo nuevo donde crecer, un terreno abonado para desdibujar las diferencias en pos de algo mejor. Las conexiones, los vínculos. Poner el foco en lo que nos une y no en lo que nos diferencia. Una vez más, construir.
El futuro solo cabe en la suma, en la suma.
Sumar no es fácil, supone dejar atrás todo lo preconcebido, todas las ideas previas que nos habíamos hecho del otro, los prejuicios. Sumar es un proceso y en el proceso de la suma está el aprendizaje y sobre ese aprendizaje, el futuro.