Me resulta paradójico en esta ciudad que la ciudadanía, sensible para determinados temas, no culmine de ser igualmente sensible para otros.
El sábado pasado nos reuníamos en el Parque de La Alameda cerca de 250 personas para alertar sobre el proyecto con el que el equipo de gobierno pretende adulterar la esencia de este lugar emblemático con su reconversión en otra cosa, más pacificada desde luego, menos asilvestrada, pero con su alma perdida por los vericuetos de su supuesta higienización.
Digo que siempre me resulta paradójico en esta ciudad la sensibilidad de la ciudadanía ante estos asuntos, muy loables y siempre defendibles en sus urgencias, mi familia al completo estábamos allí, y sin embargo tan poco propicia, digamos que tan excesivamente tolerante, para con otros menesteres como la corrupción.
La trama sueca que rodea, constriñe y asfixia a la alcaldesa de la ciudad resulta irrespirable, insostenible. Uno siempre espera ante tamañas informaciones, un escándalo democrático y de ética política de primer orden, que los vecinos y vecinas de Marbella se remuevan inquietos en sus asientos, que alcen la voz indignada ante el ninguneo al que está sometido el nombre de su ciudad, el desprestigio de la Marca Marbella, y sin embargo, lo que se percibe es un enorme silencio en la gran mayoría de la sociedad civil.
Es un escándalo mayúsculo, sin paliativos y sin concesiones. No se puede maquillar.
Me gustaría que esta falta de higiene democrática tuviera una contestación ciudadana similar al ecocidio, al arboricidio, a la tala indiscriminada. Que la ciudadanía se mostrara lo suficientemente impelida para alzar la voz ante un sistema que en Marbella ya ha mostrado sus costuras en excesivas ocasiones, donde la podredumbre salpica una y otra vez a la institución de manera innegable e infatigable, de un modo irreparable.
Porque eso también es una tala indiscriminada, una tala indiscriminada de los valores democráticos.